El domingo 27 de octubre, se celebraba en Milán la procesión de: «El Señor de los milagros«. Se dice que es la fiesta católica con la participación más numerosa en el mundo, y seguro que es la fiesta más querida por los peruanos milaneses. Se celebra desde hace muchos años, en Santo Stefano pero este año, como cada cuatro años, el arzobispo de Milán invitó a la Hermandad del Señor de los milagros a que lo hicieran en el Duomo.
Muchos peruanos así como otros latinoamericanos, italianos e incluso turistas que estaban por allí, han acudido al evento.
La majestuosa iglesia gótica con sus imponentes columnas que suben sin pararse hacia un «arriba» misterioso, estaba llena de gente y de niños, que cantaban en sus idiomas con su sincera fe. En medio de la oscuridad y del humo del incienso, como una aparición luminosa, se podía ver entre
columnas por un lado al dorado Arzobispo que presidía la función y por otro, en la nave central, la imagen del Señor de los milagros que majestuosamente esperaba el final de la ceremonia para ir a recibir el homenaje de los devotos. Fue muy impresionante ver como los sufridos cargadores llevaban la imagen balanceándola hacia la salida del Duomo, haciéndola pasar por medio de los devotos que sacaban miles de fotos en una celebración que, de este modo, daba un toque de modernidad a una tradición que nos llega desde un pasado muy lejano.
Cuando el Cristo se paró en la plaza delante del Duomo, la esperaba una banda y las señoras de la hermandad vestidas, imagino, según la tradición. Llevaban una mantilla de encaje y custodiaban las navetas de incienso. El párroco cogió el micrófono e invitó a toda la plaza llena de gente a cantar los himnos nacionales, el de Perú y el de Italia.
Jacqueline, nuestra amiga peruana, llevó a nuestro pequeño grupo de italianos a un restaurante peruano: Brisas del Perú al que solamente parece ser que van peruanos de Milán. Descubrí muchos aspectos de este país que no conocía o que no podía imaginar. El Perú me ha fascinado desde que como joven lector de la revista belga Tintín leí «El Templo del
Sol». Me interesó la antigua civilización de los Incas, leí después muchos relatos sobre este argumento y sobre todas las civilizaciones precolombinas. Luego, co n la famosa canción «El cóndor pasa», descubrí la música andina que me gusta muchísimo cuando la tocan con sus instrumentos originales. Obviamente aprendiendo el castellano, he leído muchos autores peruanos que me introdujeron en un Perú más contemporáneo, en particular Vargas Llosa, pero también otros como el joven Santiago Roncagliolo que me gusta muchísimo. Además, durante un crucero, me puse a hablar con una interesantísima señora muy culta y enamorada de su país que trabajaba como camarera en el barco por motivo económico. Tuvimos largas conversaciones sobre Perú, su cultura y sus bellezas. Sabía por eso, que había una distinción importante entre las culturas del interior y la de Lima, que se llama costeña o criolla, con música, baile y platos propios. Esto se verificó en este restaurante en el que pudimos degustar una cocina absolutamente nueva para nosotros, con platos gustosos y excelentes,
sobre todo los de pescado. Servían cantidades inusuales en Milán y con precios increíblemente baratos. No podíamos comer tanto así que tuvimos que tranquilizar a nuestros agradables anfitriones sobre nuestra apreciación por su comida, lo que hicimos con mucho gusto. Además debo decir que la recepción fue conmovedora.
Pero la gran sorpresa fue la música y el baile criollo una música de claro origen africano pero con influencias de muchas otras culturas que probablemente representa la mezcla de pueblos de todos los orígenes que la historia ha llevado a Lima. En el espectáculo que vimos se utilizaba el cajón típico del flamenco que acompañaba ritmos africanos sobre un baile que se acerca, por los movimientos de caderas a la danza del vientre, y por los vestidos, a tradiciones hispanoamericanas.
Hay que visitar Perú, creo nos está esperando.
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