Con tripas vacías, no hay alegrías. (anónimo)
Ocurre a menudo que mi media naranja, acariciándome cariñosamente la barriga, algo voluminosa por cierto, pretende obligarme a seguir una dieta para adelgazar un poquito, pero yo me hago el longuis. Cuando sigue dándome la lata alegando que manduco demasiado, replico que ahora aprovecho la ocasión para satisfacer a mi estómago, pues bastante inactivo permaneció durante la maldita dictadura, la cual con un sadismo tragicómico nos bombardeaba diariamente con su asquerosa consigna: -¡Ningún hogar sin pan, ningún hogar sin lumbre!- El pan nos lo soñábamos, pues en el 1948, cuando escogí la libertad, huyendo del paraíso franquista la ración de pan diaria era de 175 gramos. ¡Como para hacer una indigestión! En lo que se refería a la lumbre, o sea a la iluminación, o al calor, la mayoría del tiempo estábamos a oscuras, pues la luz se iba a hacer puñetas debido a los cortes.
¡Qué tiempos aquéllos! Parece que me refiero a una época remota de la cual ya no se acuerda, o no quiere acordarse nadie, pero las colas actuales formadas por millones de personas para obtener la limosna de un un plato de sopa, demuestran que los estómagos vacíos son de actualidad. Deseo aclarar que mucho de lo que estoy refiriendo lo escribí hace más de veinte años.
De los años 1939 hasta el 1952 el Gobierno franquista impuso el racionamiento. Eran momentos en que las cazuelas sollozaban en silencio, en que el presente, escondía el hambre de sus veinte años entre las páginas de los libros.
Cada uno se las arreglaba como podía para descolgar la olla, pues sabido es de sobras, “que el hambre aguza el ingenio”. Unos robaban, otros practicaban el mercado negro, llamado también estraperlo, una palabra que algunos no conocerán su origen, y pienso que valga la pena enterase de algunos curiosos detalles.
Habiendo yo nacido en el año 1936, no tengo necesidad de consultar a Wikepedia y copiar. Abro los cajones de mi Memoria, que me habla de aquel negro pasado, pero hoy, en homenaje a María Moliner, que nos legó su magnífico Diccionario me apropio de la definición de esta palabreja: “Estraperlo: De “Strauus” y “Perlo”, nombres de los introductores de este juego de azar, especie de ruleta, que permitió manejos fraudolentos de banca. El intento de establecerlo en España, en la época de la República, provocó un gran escándalo que lo hizo fracasar. Desde entonces, se empleó el nombre con el significado de” chanchullo” y, al fin su aplicación ha quedado restringida a la iintroducción o a la venta clandestina de artículos de comercio.
El estraperlo estaba en su pleno apogeo. Los artículos de primera necesidad, especialmente los de la clase modesta, que hasta antes de la guerra empleaba, como garbanzos y judías, aceite, arroz, y otros más, que Abastos distribuíba con el cuenta gotas, ahora se podían adquirir en el mercado negro. Los estraperlistas se enriquecían, mientras al pueblo lo devoraba la tuberculosis. Había nacido una nuebla clase de nuevos ricos panzudos, vulgares, que se permitían el lujo de poder comprar todo y a todos.
Termino, recordando aquel triste y mácabro período, lo que el pueblo sufrió… Mi Memoria no lograron enterrarla en una fosa mental, pues está vivita y coleando.
Como en todas las guerras era las mujer la que se sacrificaba, vendía su cuerpo por unas cochinas pesetas, que no lograban llenar el puchero del cual poder dar de comer a sus hijos; numerosas eran viudas de guerra, o con los maridos en las cárceles, o en los Batallones de Trabajadores, obligados a reconstruir lo que los traidores destruyeron. En la muy católica España, una de las hijas predilectas de la Iglesia, que con el oro y la plata robada al Continente americano, (pues no poseyéndolos, ya que los romanos no dejaron de ellos ni rastro), financió innumerables guerras, pagó a la Santa Inquisición (creación vaticana), y a los banqueros, quedándose al final en pelotas, como se dice cuando se habla sin tapujos, sin pamplinas…
Los burdeles se hallaban en su mayor apogeo y los clientes no faltaban. Estos establecimientos eran para nosotros los jóvenes, lugares de entretenimiento, sobre todo los sábados. Quien se lo podía permitir después de haber pagado se desahogaba. En aquellos años no existían las revistas con mujeres desnudas, ni las películas porno. La virginidad era un trofeo, un tesoro. Los barrios reservados a la prostitución se hallaban poblados de lupanares, de clínicas de gomas, o sea de condones y pomadas para evitar la blenorragia y la sífilis. Recuerdo aún los nombres de algunos de los locales donde se practicaba el alquiler de carne humana: “El Jardín”, “El Recreo”, donde acostarse con la mujer alquilada costaba más o menos unas 4 o 5 pesetas. Mientras en la “Madame Petite” y la “Emilie”, casas con especialidades y mercancía francesas las tarifas eran más altas, en cambio las sábanas estaban limpias y perfumadas, además las habitaciones cubiertas de espejos. De todas maneras, sobre el asunto de la jodienda, uno se las podía arreglar, pues existía la prostitución callejera, más barata, y la nocturna en lugares oscuros como en las últimas filas de los cines, que consistía en manipulaciones con las manos y con lo que ocurría, como también en lugares apartados en ciertas horas de la noche bajo la luz de las estrellas. ¡Muy barato y económico!
Hablando de carne, recuerdo que en aquellos tristes años 40, la Argentina de Perón y Evita se apiadaron de la Madre Patria (para algunos madrasta), e firmaron un Acuerdo Comercial concediendo tarifas muy económicas, mandando a España barcos con las estivas llenas de carne congelada, que desgraciadamente no tardaron en ser transportadas hacia la Alemania nazista, para pagar parte de las armas recibidas de los asesinos de la República Española. Conclusión: Se aplicó el trueque: Carne en cambio de armas. Lo que hasta la fecha no he comprendido ha sido como países como la Alemania nazista y la Italia fascista, que lucharon contra los aliados, beneficiaron del Plan Marshall y a España la condenaron a morir de hambre. ¿Qué culpa teníamos las víctimas del golpe?.
La mayoría de nosotros bregaba con la panza vacía. Pero cuando llegaban las fiestas de Navidad, para que el Niño Jesús no nos viera tan flaquitos, el muy católico Gobierno, obligaba a los patrones a que aflojasen la mosca, estos nos regalaban una semana extraordinaria de paga, e incluso algunos nos gratificaban con un aguinaldo, que consistía en botellas de vinos de marca y turrones; así, con la barriga llena nos poníamos morados, torturando nuestros pobres estómagos que no estaban acostumbrados a estos ritmos. Después, todos a coro podíamos clamar: ¡Alabado sea el Señor!
En aquellos días las calles se llenaban de pavos y pollos. Los pio pio y los cuá cuá nos alegraban. ¡Por Navidad comeríamos pollo, una vez al año no nos haría mal!
Las estratagemas para procurarse algún dinerillo extra para las fiestas era el de los billetes de felicitaciones de Buenas Pascuas de Navidad, que muchos practicábamos, yo hice lo mismo cuando era aprendiz tipógrafo. El billete del basurero que de este artículo, me ha recordado el de mi barrio, que con su trompeta, su carrito arrastrado de un famélico rocín, nos anunciaba su llegada. Muchas veces me he preguntado, ¿pero qué podía meter en el capazo de la basura? Pues las botellas, el papel, los trapos los vendíamos al trapero.
El basurero de mi barrio, que además era poeta escribió este billete:
El basurero felicita a V. las Pascuas de Navidad.- Felicitación.
De los trabajos más económicos
y beneficiosos para el público entero
no hay otro que iguale
al que hace el basurero.
Tanto en invierno como en verano,
nunca conozco la pereza
y no me marcho de mi barrio
sin haber hecho antes bien la limpieza.
Nadie puede decir mal del basurero.
Aunque sea de genio muy raro
porque yo no hago más que
recoger basuras y estorbos
para echarlos en mi carro.
Y si hay quien diga mal
ya lo encuentro muy extraño.
Y ahora digo a los vecinos de mi barrio
Con una sincera y grande amabilidad
que pasen todos muy felices
las Pascuas de Navidad.
El basurero del barrio.


