Juan Terranova (Buenos Aires, 1975) es crítico, escritor, periodista y un gran provocador, casi un Fogwill de origen calabrés y ojos oscuros. Publicó diversos libros de narrativa, poesía, crónica y ensayo. Dialogamos con él acerca de su libro, Los gauchos irónicos (Editorial Milena Caserola), en el que analiza –entre otras cosas- la construcción de la discursividad en las redes sociales.
Valeria Correa Fiz: Todo se halla en esta Babilonia,/ como en botica grandes alambiques,/ y más en ella títulos que botes. Los versos de Góngora me sirven de excusa para hacerte una pregunta escabrosa, ¿hay verdadera literatura en internet, Juan?
Juan Terranova: Verdadera de toda verdad, la literatura siempre es mentira. En los bordes, la institución literaria está llena de muletas, de suplicios, de vejaciones y poros; mientras en el centro se ve lo frío, lo canonizado y organizado, que sobrevive como Walt Disney en el mito de su congelamiento para las futuras generaciones. Qué bueno era Góngora. Mi carácter está más con Quevedo, y todavía más con Cervantes, pero eso no me impide disfrutar de los laberintos y las muecas que le ofreció Don Luis a la lengua de Castilla. Y respondiendo la pregunta: El único lugar del Logos hoy es la web. ¿Qué otro lugar nos queda? ¿Esos sucios restos orgánicos compuestos de humedad y papel a los que llamamos libros? Qué sensuales siguen siendo. Diría, al revés, que quizás en los libros todavía hay algo de literatura.
VCF: ¿Cómo creés que internet afecta al lenguaje, sobre todo en lo que hace a la producción de textos literarios? ¿Dirías que internet favorece algunos tropos por sobre otros?
JT: Creo que Internet es mucho más metonímica que metafórica. Hay algo de la yuxtaposición, de lo que está al lado y es nombrado por su entorno, por su costado, por su continuidad. Una proliferación también ligada a la sinécdoque. La parte por el todo. Y desde luego la hipérbole. Pero si tuviera que elegir me quedo con la metonimia. Esa aproximación por contigüidad, ese casi llegar pero no llegar, todo ese vértigo que se multiplica.
VCF: Hay algunos blogueros que han conseguido publicar sus textos digitales en formato libro de papel. Pero el resultado no es siempre feliz; no es lo mismo leer un post aislado hoy y otro mañana que leer una sucesión de posteos impresos en un libro. ¿En dónde creés que reside la falla? ¿Lo digital es una nueva categoría estética?
JT: Sí, definitivamente lo digital puede ser entendido como una categoría estética en debate, en tensión, en formación. Algo muy vivo, muy vibrante, que retumba, se apaga y vuelve a encenderse. Lo digital como una culebra que se escapa entre las plantas. Luego, publicar, en la web o en papel, siempre es agridulce. Cada soporte demanda un lectura, modela un lector, crea un pacto. Hoy tenemos una proliferación muy grande plataformas donde escribir y compartir y en ellas encontramos contracciones, rechazos y adhesiones particulares. Sobre la felicidad o la infelicidad de las transposiciones me reservo la opinión a casos particulares.
VCF: Internet hizo que la publicación (en el sentido de hacer patente, manifiesto al público) fuera más fácil. El texto, producido en el ámbito de lo privado, se materializa y se abre a lo público para ser adquirido o descargado y, en su caso, leído por la comunidad. En lo personal, creo que internet, especialmente a través del uso masivo de las redes sociales, nos ha inflamado el grano del narcisismo. ¿Pensás que internet es en parte responsable del auge de la literatura del yo, Juan?
JT: No carguemos a la técnica con nuestras limitaciones. Si nuestra neurosis invade la web, si la llenamos de insultos, de equívocos, de degradaciones, ¿tiene ella la culpa? Quizás pero no siempre. Aunque también es hija nuestra esa red de redes, aunque a veces parece un poco post-humana, o anti-humana, como la Skynet de Terminator. Gramsci con Wifi en su celda de la cárcel de Turi, ¿habría caído en el narcisismo de contar su pequeña vida miserable? Quiero decir: todavía tenemos que aprender a usar Internet. No es imperdonable y terrible que alguien hoy entre a Facebook y ponga en su estado: “Hoy saqué a pasear al perro. El cielo estaba despejado y pensé en las tensiones políticas y en la violencia de Ucrania.” Toda la literatura es del yo, el problema son los “yo” que nos aburren…
VCF: Con una mano en tu corazón de crítico literario, ¿se puede ser reconocido de verdad como autor, hoy por hoy, fuera del papel impreso?
JT: ¿Reconocido? ¿Cómo? ¿Por la calle? ¡Ahí va un escritor! ¡No, no puede ser! ¿Por qué? ¡Por qué los escritores no existen! El papel está en el mercado. Si uno quiere ser reconocido por el mercado, debe ir hacia él. Sin embargo, el comercio y el Logos tienden a encontrarse de formas raras, a limitarse, a rechazarse y acercarse y a repelerse y llamarse. Y la palabra “prestigio”, qué extraña es. No es tan importante ella, como los que la administran. Shakespeare nunca hizo imprimir sus obras en vida. Los sonetos sí, pero las plays, no y sin embargo… La primera edición del Quijote –dedicada, parece, hay dudas, al Duque de Béjar, que no se dio por enterado,– apenas unos ejemplares, trescientos en un mundo lleno de analfabetos… ¿O fueron más? Y Lacan primero dio sus clases. Él era muy prestigioso, incomprensible, punzante. ¿Y Saussure que en vida casi no publicó nada y fueron sus alumnos los que hicieron por el esa recopilación que tanto afectó a nuestro conocimiento sobre la lengua? Más atrás, más arriba, Sócrates que nunca escribió ni una letra. Y Jesús escribió en la arena y luego borró lo que había escrito. Claro, ellos están en la base de nuestra cultura Occidental.. A veces el reconocimiento tardó un poco en llegar pero casi siempre llegó. Mi respuesta es que los soportes nos condicionan pero tienen esa impronta, un poco trapichera, de la mercancía, que es la hermana grande, sensual y bruta de la lectura. Y al mismo tiempo, cuando camino por el centro de Buenos Aires y recorro esa enormes y polvorientas librerías de libros usados y viejos veo los fantasmas de autores que quizás fueron prestigiosos, best-sellers de otras épocas, libros de cocina, revistas sindicales ajadas, ediciones de poemas con tapas bordadas en oro. Pilas de papel y pilas de prestigio que muere, ¿qué importa el prestigio si uno tiene algo que decir y la seguridad de que, tarde o temprano, antes o después, nos comerán los prolijos insectos del olvido?
VCF: Siempre que se conjetura acerca de la desaparición futura del libro se alzan voces de alarma y escándalo por el desastre que representaría para la cultura. Pero la identificación entre literatura y libros es, en mi opinión, una operación retórica en la que se toma el continente por el contenido. Los libros no son la literatura; la literatura es anterior a los libros y, seguramente, será posterior a ellos. El libro es una solución histórica a un problema: cómo conservar y difundir la palabra. ¿A qué viene tanto escándalo? ¿Cuánto se pierde y cuánto se gana (si es que se pierde o gana algo) en este pasaje del papel a la pantalla?
JT: Todo muy frío, muy frío la verdad. Yo, que soy usuario aguerrido del Kindle, todavía no me animo a salir a la calle y hacer una hoguera con mis libros. Les tengo demasiado cariño. Dicho esto, la modernidad tiene dos vectores recurrentes. El primero es anticipar la muerte de todo, todo el tiempo. Muere la novela, muere el libro, muere la ficción, muere el jazz, muere el pop, muere el rock, muere la publicidad, muere el teatro, muere el actor. Todo muere todo el tiempo. O al menos eso dicen los voceros involuntarios de la Madre Moderna. El otro vector, solidario al de la muerte, es la sustitución, la fotografía viene a sustituir a la pintura, el cine viene a sustituir a la novela, la televisión vienen a sustituir a cine, el VHS viene a sustituir a la televisión, el cable viene a sustituir al video club, el CD viene a sustituir al disco de vinilo, el DVD viene a sustituir al CD, Internet viene a sustituir todo lo demás… Sin embargo, esto es lo que dice la modernidad. Pero no lo que hace. La modernidad funciona por acumulación de soportes. Hoy siguen existiendo pintores de caballete al lado de artistas conceptuales, y muchas veces ambos les sacan fotos a sus obras y las suben a Facebook. Existe el cine, YouTube, la TV, y hasta quedan por ahí algunos video-clubs. Descargamos música mientras los hipsters buscan vinilos usados en los mercados de pulgas. Nada muere, todo se recicla, todo se retoma. Ya no mandamos tantas cartas por correo pero el correo sigue existiendo y el género epistolar está más vivo que nunca en todos nuestros mails. Y la canción de acordes, melodía y estribillo sigue siendo un género cultivado en todo el mundo. Los soportes importan. Pero no caigamos en los torbellinos discursivos de la modernidad que hablan de muerte y olvidos porque es una trampa narcisista. Y cuando llega la muerte, la verdadera muerte, bueno, ya no estamos ahí para lamentarnos.
VCF: Es conocida la obsesión de Umberto Eco por el “futuro de la memoria”, oxímoron que acuñó para exponer su visión apocalíptica de las nuevas tecnologías como reservorio de la memoria colectiva. “Internet es idiota como Funes el memorioso, el bellísimo cuento de Borges, porque acumula y es incapaz de pensar (…). Internet representa una cultura que no deja nada en latencia y que vive del propio exceso. Esta abundancia impide entender qué datos debemos conservar y cuáles descartar”, alerta. “Hay que aprender a filtrar”, concluye. Al respecto, ¿cómo imaginás el trabajo de los críticos del futuro cercano en lo que respecta a la literatura dispersa en el marasmo de la red? ¿Habrá canon?
JT: Una vez viajaba en un tren por Italia, las viejas épocas del Eurailpass, y en un momento empezaron a subir estudiantes al tren y hablaban mucho, y empezamos a discutir sobre semiología e historia, de arte, de museos, yo hablaba de Consenza y de Nápoles, porque mi familia es de ahí, y ellos hablaban de Berlín y de Génova y de Turín, capital mundial del satanismo. Era una discusión muy acalorada. ¡Uno de esos muchachos negaba la importancia de Caravaggio, atacándolo por su vida disipada a la cual tachaba de inmoral! Cuando la hermenéutica había pasado de las acciones puntuales del Conde de Ciano contra el fascismo a la posición del Vittorio Emanuele y ya estábamos llegando al tema Maradona, todos estos muchachos, eran todos hombres, no había mujeres, se bajaron del tren en una estación muy pequeña. Me saludaron con la mano: “Adiós, argentino, saludos a Borges y a Perón.” Cuando pregunté qué estación era. Me dijeron que era Bologna y que todos esos eran los discípulos de Eco. Me quedé solo en el vagón de ese tren, hablando con dos alemanas que habían estado en Perú. Me preguntaron si conocía Machu Pichu y les dije que no. Y es verdad, no conozco Machu Pichu. ¿Hay que aprender a filtrar? Mejor dicho, hay que aprender a leer. Y eso lleva una vida. Los críticos son y serán imprescindibles. Y mirando un poco para atrás, vemos que lo fueron en el pasado. Los críticos, querida Valeria, son hoy los poetas malditos de la institución literaria.
VCF: Tu ensayo Literatura e Internet es es el último de una colección de ensayos interesantísimos sobre literatura argentina contemporánea, recogidos en “Los gauchos irónicos”. En la tapa vemos un rinoceronte con un saco rojo que, al menos en apariencia, no tiene nada que ver con el contenido del libro. La tapa me hizo pensar en el cuento El rinoceronte (te aclaro que yo soy muy fan de Arreola): “Aunque parezca imposible, este atleta rudimentario (está hablando del rinoceronte, obviamente) es el padre espiritual de la criatura poética que desarrolla, en los tapices de la Dama, el tema del Unicornio caballeroso y galante”. ¿Un crítico es un unicornio con coraza de rinoceronte? O más simplemente, ¿por qué un rinoceronte en la tapa, Juan?
JT: Cuando me preguntan por qué me gustan los rinocerontes no sé bien qué decir… Mis amigos saben que me gustan y me regalan pequeños rinocerontes en madera o piedra, o me mandan fotos. Al unicornio, que no me desagrada, prefiero oponerle ese más real “atleta rudimentario”, es buena la descripción, que los hombres impotentes del mundo hacen matar para sacarles un poder que no entienden. Y sí, mucho antes de los Los gauchos irónicos publiqué un poema largo titulado El ignorante y después una colección de relatos titulada Música para Rinocerontes y esos libros también tenía un rinoceronte en la tapa. Supongo que todos deberíamos tener una animal de referencia, que vaya con nuestro carácter. A mí hija le gustan los murciélagos. Tiene barriletes de murciélagos, peluches de murciélagos, pinta murciélagos, creo que es una buena opción.


