Antonio Meliá

Antonio en la biblioteca del Instituto Cervantes de Milán

Se acaba este año 2020 en el que hemos perdido a tantas personas queridas. Una de ellas es Antonio Meliá, nuestro ratón de biblioteca, después de una intensa vida llena de sinsabores y aventuras. Antonio, Francisco, Antonio Meliá, Antonio Íbero Layetano – nunca sabremos cuál era su nombre original ya que se construyó una identidad propia – nació en el año 1927 en el Raval de Barcelona. Se formó como tipógrafo y recuerda con afecto la escuela de bibliotecarias de Barcelona, donde fue bien acogido y pudo estudiar y saciar en parte su infinita sed de conocimiento.

Carné de marinero

Se afilió muy joven a la CNT, de la que conservó siempre el carné. Se exilió voluntariamente y vivió durante años dando tumbos por Europa. Trabajó en fábricas, campos y naves, como obrero, recolector, maquinista y cocinero. Vivió en puertos, barcos y barrios poco recomendables. Frecuentó a exiliados, refugiados, prostitutas, parias y obreros. Las leyes de extranjería del momento y su carácter abierto y anarquista le llevaron a conocer también diversos calabozos europeos.

Estuvo 5 años en la Legión Extranjera en la época en que no era una elección. Allí, con otros represaliados políticos, luchó contra pueblos oprimidos con los que compartía ideología y condición. Sobrevivió a la guerra de Argelia y a la de Vietnam. Cuando recuperó la libertad, siguió navegando por los mares, aprendiendo las lenguas de los marineros y escuchando sus historias.

Fede Cavalli

A finales de los años 60 conoció a Fede Cavalli, pintora suiza con la que encontró la serenidad. Juntos empezaron una nueva aventura en Milán, donde tuvieron un hijo, Paco. Antonio trabajó en lo que pudo y quiso, libre de normas, contratos y ataduras. Fue galerista de arte, cocinero, voluntario. Fede fue una pintora excelente y modesta. Ambos renunciaron a toda ambición comercial y así vivieron, en coherencia con sus ideas políticas y sociales, fuera de toda lógica capitalista.

De hecho, Antonio era un hombre de la calle ilustrado. Escribía para salvarse de sus fantasmas, para entender el mundo y para dar su visión de las cosas. Rescató su historia y las historias de tantos héroes anónimos con los que se encontró. Redactó sus memorias en dos volúmenes terriblemente entretenidos. Y durante años publicó artículos entrañables en el blog Aire Nuestro.

El eco de su presencia y de su imponente voz resuenan en la biblioteca, vacía.