El microrrelato de los viernes: Tres micros de Silvia Zanetto

SILVIA ZANETTO (Venezia, 20 de Marzo de 1961)

MANOS BLANCAS

La mujer es un grumo negro de tormento.

Sólo las manos son blancas, de pálida cera, se agarran con tenacidad al ataúd cubierto de flores níveas.

—¡Hijo! —chilla la mujer— ¡Hijo!

Su grito repite hasta el infinito la eterna angustia de la Mater Dolorosa, la injusticia cruel que desgarra a una mujer en lo profundo de su entrañas.

Luego, la suave violencia de manos amigas arranca la madre de su amor descuajado, de su Cristo perdido. En el silencio inmenso, sólo queda el eco de sus sollozos.

El aire es de hielo.

Nosotros, ni siquiera nos atrevemos a llorar.

EN EL HOSPITAL

Suelo saborear cada fragmento de mi existencia: un trozo de pan con miel, el aire que acaricia la cara, pedalear alegre camino a casa…

Pero hoy no.

Hoy no vivo: espero. Hago cosas.

Lleno de compromisos las horas que me faltan para la cita.

Una enfermera distraída y sonriente me entregará el sobre. Mi aspecto será impasible, pero mi alma chillará: —¿Por qué demonio sonríes, tonta? ¿No sabes qué es lo que me estás dando? — Mis labios sólo murmurarán: — Gracias.

—¡Cuánto amo la vida!—explotaré gritando en mi perfecto silencio.

Luego, buscaré un rinconcito tranquilo y abriré el sobre.

LA EDAD

Sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, recojo las migajas de nuestra historia entre las de mi bocadillo solitario. 

Vuelvo a releer los mensajes que insistes en enviarme en WhatsApp: ellos también son migajas, fragmentos de palabras truncadas, rotas: el nuevo código de la generación joven. ¡Y yo querría acunarme entre palabras infinitas, escucharte mientras tú tejes historias a mis pelos, y finalmente quedarme dormida, sosegada y satisfecha gracias a tu voz!

Sin embargo, no me siento capaz de levantarme, y desandar esos pocos pasos que me llevarían de regreso a la vida real, y oscilo eternamente en el columpio absurdo de nosotros dos, en la distancia inconmensurable que separa mis treinta años de tus veinte.