Víctor del Árbol (Barcelona, 1968) es actualmente escritor. Fue seminarista durante cinco años, en el seminario de Ntra. Sra. de Montealegre, para más tarde cursar estudios de Historia en la Universidad de Barcelona, y trabajar hasta 2012 de Mosso d´esquadra para la Generalitat.
Como escritor fue finalista del Premio Fernando Lara en 2008 con El abismo de los sueños (no publicada) y ganó el Premio Tiflos de Novela en 2006 con El peso de los muertos. En 2011 publicó La tristeza del samurái, traducida al italiano como Il mio sole è nero y a una decena de idiomas, la novela ha sido acreedora del premio Le Prix du polar Européen 2012 a la mejor novela negra europea. En enero de 2013 publica su novela Respirar por la Herida. El 13 de mayo de 2014 saldrá a la venta su última novela «Un millón de gotas«, cuyo avance editorial puede verse aquí.
Valeria Correa Fiz: Víctor del Árbol, sos un hombre polifacético. Ex seminarista, ex locutor, ex profesor de historia, ex miembro de las fuerzas del orden y ahora parte del “lumpen editorial” español. ¿Cómo crees que influyen tus experiencias pasadas a la hora de escribir?
Víctor del Árbol: Del mismo modo que necesitamos el resto de los sentidos para sabernos vivos. La experiencia del ser Humano es multi sensitiva. No es solo aquello vivido, sino también lo aprendido, lo intuido, lo pensado. Nos configuramos a través de aquello que nos sucede, pero sobretodo con el modo de asimilarlo. Así, en mis novelas yo mismo estoy en tanto que narrador; soy un personaje más, soy la voz del demiurgo, el hilo invisible y presente que conecta a todos los personajes. No importa tanto la anécdota como el poso, la reflexión y la asimilación de todas las aventuras que la vida nos ofrece: una visión del mundo, una forma de traer al papel las imágenes.
VCF: “La tristeza del samurái” es una novela durísima que nos recuerda que el mal y el ayer nunca cierran del todo la puerta, y que los hijos, muchas veces, deben pagar con su vida los desaciertos de sus padres. Esta convicción tuya, ¿dónde crees que enraíza, en la noción de pecado original –dado tu ex condición de seminarista-, o más bien en las tragedias griegas, que sé que te son caras, Víctor?
VDA: La dureza es una cualidad de la materia. Si dices que una novela es durísima significa para mí que encierra mucha verdad. La verdad es transgresora, no comulgo con el discurso “buenista” con la visión edulcorada de la existencia porque deja fuera una parte de la ecuación que nos explica como seres humanos. Nos construimos en la derrota igual que en la victoria. Todo es aprendizaje, todo dice algo de nosotros. También el dolor, la pérdida, la confusión. No he conocido nunca a santos sin tacha ni a diablos sin mérito. Y eso, las máscaras que luchan por adueñarse del presente es más propio de la tragedia griega (el mismo actor representa diferentes papeles en el escenario, solo con cambiar dicha máscara) que con la idea sacra del bien y el mal. Un personaje mío, Laura, lo explica en mi última novela: “no hay cielo ni infierno fuera de nosotros” Somos lo mejor y lo peor que podemos ser. Y eso no le quita trascendencia a nuestra Humanidad; pero lejos de los dioses, ya no tenemos excusas.
VCF: En la novela, hay una escena donde un funcionario de la cárcel le alcanza unos papeles a María, uno de los personajes centrales de “La tristeza del samurái”. Leemos: “El funcionario se retiró arrastrando los pies, con el tono mortecino de los papeles que tocaba grabados en su piel. Por su parte, San Lucas afirma que “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?”. En tu opinión, ¿somos lo que hacemos, los frutos?
VDA: Las máquinas son aquello para lo que sirven: un trabajo concreto, práctico. El Ser Humano es mucho más complejo: a la acción le sumamos la intención, y a esta el deseo. Para comprender a un Hombre no basta con el Evangelista Lucas. Para conocer a un Hombre hay que ir más lejos de la apariencia de sus actos y comprender sus motivaciones. Por cierto, si se quiere, si se sueña, de los “abrojos sí se recogen higos”
VCF: Promediando la mitad de la novela, Fernando, uno de los personajes, hace un mea culpa por sus silencios cobardes. Y su hermano Andrés afirma: “Nadie es inocente del todo”. ¿Cuán responsables son los cobardes en el desarrollo de la historia de la humanidad? ¿Crees que el miedo puede servirnos de justificación?
VDA: La auto justificación es el cáncer de la voluntad humana. Creo que el hombre inventó a los dioses para tener en quién verter sus culpas. El miedo forma parte de la estrategia de la supervivencia. La cobardía se llama a menudo instinto de conservación, nadar y guardar la ropa, etc. Lo cierto es que lo más parecido a la valentía es la dignidad de ser dueño de uno mismo. Los cobardes se esconden en la mecánica histórica, esperan y se adaptan, fingen pero se ocultan. Ellos son los que recogen el fruto de la lucha histórica por la evolución humana, los parásitos, los hipócritas, los cínicos, los arribistas, los tibios, los melifluos. Pero no son ellos quienes hacen avanzar al ser humano. Al verdadero héroe, al héroe cotidiano, eso le trae sin cuidado. No piensa en los réditos, piensa simplemente en hacer aquello que es acorde a su conciencia libre.
VCF: Para los personajes de “La tristeza del samurái” el horizonte es siempre el abismo. A tus personajes les espera siempre un destino trágico. ¿Podemos tener esperanza, Víctor, o nuestra condición humana ya nos condena por anticipado?
VDA: A todos nos espera el Abismo. Desde que tenemos conciencia de nuestra mortalidad lo sabemos. Y ello no le quita ni un ápice de belleza al milagro de estar vivos ¿no es cierto? ¿Acaso renunciaríamos a un solo segundo de vida aunque supiéramos fecha y hora de nuestra muerte? Esa es nuestra esperanza, ir en pos de ese destino sin renunciar a ser protagonistas de nuestra existencia. Todos mis personajes saben que van a morir. También saben que yo no les concederé ni un segundo de resignación.