
ALMU BALLESTER (Madrid). Los relatos seleccionados pertenecen a Normas de inseguridad, Editorial Relee (2017).
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SOLEMNE
Boato. A uno y otro lado de las bancadas, los familiares de los novios contienen la respiración con la última nota del órgano, la que da paso a la liturgia. A la derecha, los del novio, diseños de elegancia francesa. A la izquierda, breve familia de la novia, chales de tul y estrenos de tacón. Se respira solemnidad. Hay cirios en el altar y cestas con pétalos en manos de damas de honor de vestido azul cielo. Los ramos desprenden aroma de ceremonia. Las luces, las sombras, el coro, los silencios.
Momento embriagante previos a la consagración. El novio coge la mano de la novia con suavidad y, sin mirarla, susurra: “He pensado que al llegar al hotel me vas a fregar los calcetines, estoy sudando como un cerdo”. A la novia se le humedecen los ojos. Su madre, emocionada, piensa: “Qué guapa está”.
RECURSOS HUMANOS
Bien. El reflejo del cristal dice que estás decentemente peinada. La ropa, adecuada. La que mejor te parece entre lo que tienes: tu falda color arena, tu camisa negra. Venga. No deja de ser un trabajo. Has estado en tantos antes y todos han tenido su primer día. Volverás a coger el metro después, llegarás a casa y habrá acabado la jornada, sin más. Comenzar y terminar. Con la cena olvidarás que pensaste –dijiste: lo dijiste en voz alta– que sería lo último.
Es lo último. Ahora solo se trata de hacerlo bien.
Se cierran las puertas en la estación, aclara tu voz. Levanta ligeramente la mano, mírales a los ojos. Pide disculpas antes de nada.

El arcoíris de los pobres
Todos los años, en el apartado ranchito, el viejo y humilde campesino leía la carta que le escribía su nieta al Niño Jesús. Y, para evadir el gasto que no podía permitirse, siempre le decía:
–¿Y no te gustaría que te trajera un arcoíris?
A lo que la inocente muchacha, resignadamente, siempre asentía. Entonces el viejo bajaba hasta la librería del pueblo y compraba papel de seda de todos los colores: verde, azul, amarillo, rojo, morado —el preferido de la niña—, anaranjado, azul, rosado… Luego, en la noche, mientras la muchacha dormía, se ponía a pintar agua. Después la envasaba en botellas de vidrio transparente y las colocaba, alineadas una al lado de otra, en una repisa en el cuarto de la nieta. Al despertar, el 25 de diciembre, la niña veía asombrada el arcoíris que le había traído el Niño Jesús.
En la repisa permanecían hasta que los pigmentos sedimentaban y se depositaban en el fondo de las botellas y el agua recobraba su transparente color.
Autor: pedro Querales
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