Amor (hechos de tiempo)

«Estamos hechos de tiempo
y, cuando verdaderamente lo advertimos,
ya no nos resta más que la mitad de la mitad de lo que desearíamos vivir»

Saéz de Ibarra, «de tal palo»

AMOR

Ayer fue el día del padre. Hoy es mi cumpleaños.
Demasiadas cosas. Demasiados cumpleaños.

El día del padre decidí borrarlo de mis calendarios a los once años, la mañana en la que mi padre se levantó para ir al trabajo como todos los días, salió de casa como todos los días, pero nunca volvió. Algo se había quebrado dentro de él y en pocas horas todo se había despedazado.
El padre instruido y paciente, que me hablaba de ciencia y de Dios sentándome en sus rodillas, ya no estaba. Estaban sus trajes en el armario, sus libros en las estanterías, sus pantuflas y el pijama que acababa de quitarse en el dormitorio, su taza y su cuchara en el fregadero.
Pero él no estaba.
Y nunca volvería.

Pasaron largos años sin los paseos del domingo bajo los chopos, sin las corbatas o las botellas de licor que se regalaban en esas efemérides, largos años sin su guía en el momento de tomar una decisión, sin verlo envejecer y agarrarse a mi mano como yo de niña me agarraba a la suya.

Pasaron años cortando con tijeras de jardinero las ramas secas del corazón, intentando abolir una fecha que los anuncios en la televisión habían vuelto imposible de olvidar.
Y además, tan cerca de mi cumpleaños…

Anoche borré de mis datos en Facebook el año de nacimiento.
Hoy todos pueden ver que es mi cumpleaños, ya algunos amigos han empezado a felicitarme, pero el número de los años ya no aparece.

Porque estoy en el lado equivocado de los cincuenta.

Y si es verdad que estamos hechos de tiempo, creo que el mío se ha deslizado de entre los dedos como arena sutil.

He intentado construir un castillo, pero siempre se me desmorona. Porque la arena es así. Y mis huellas en la orilla se las han llevado las olas.
Mis hijos sin nacer se los ha llevado el hospital. Perdidos en una mañana de sangre inesperada que chorreaba por las piernas, esfumados en una ecografía que borró dudas y tercas esperanzas.
Y otra vez las tijeras del jardinero truncaron las ramas muertas del corazón.

Porque, en fin, vivir hay que vivir.

Pasear por el parque, mirando las flores de esta tozuda primavera que reaparece cada año, reanudando los hilos de la vida arbórea que reflorece.
Olvidar las hojas muertas en el césped, porque la naturaleza las volverá alimento para las nuevas vidas.
Estoy en lado equivocado de los cincuenta, eso sí. Pero aún queda tiempo para sembrar flores, arrancar ortigas, intentar construir un castillo de ladrillos.

Ya el día del padre ha pasado.

Mañana, habrá pasado también mi cumpleaños.

SILVIA, 20 de marzo de 2017


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Silvia Zanetto

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Opere dell’Autore:

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Sandrino e lo gnomo

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L’alpino sulla riva del mare

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Ma Francesco dov’è?