DESEO
Su madre le ha prometido que si papá vuelve a las andadas, ella, esta vez, se atreverá a dejarle y se mudarán a una casa con jardín en la que podrán tener, por fin, un perro. Y ahora a Nico se cuela en la cabeza sin permiso una esperanza que le hiere. Un deseo le picotea el cerebro y agujerea sus membranas de a poquitos como una gallina incansable acribillando el terreno tras una miga de pan.
Él no quiere, de veras, trata de despegarlo, de descoserlo, quiere pensar en nada. Pero la nada, si existe, tiene los ojos y la boca de su deseo. Entonces, intenta sacarlo de ahí. Empuja la lengua fuerte contra el paladar, se tapa la nariz y sopla, prueba a dejar de respirar. No sirve. Raya con fuerza un papel, gruesas líneas horizontales, verticales, líneas sinuosas, retorcidas, que se cortan, líneas como puntos, puntos finos, redondos, seguidos, distanciados, puntos casi cuadrados. Inútil. Se pone los cascos, la música a tope y el deseo continúa ahí, tenaz, voluntarioso, incansable, provocativo.
Un golpe más, su madre tendrá que encajar tan solo un golpe más —chiquito, porfa, que sea chiquito— y él conseguirá el perro.
VIDA EN COMÚN
Érase una vez, Vez y Una decidieron separarse. Llevaban cientos de años juntos. Se dice pronto. Cientos. Eso acaba con cualquiera. Cuándo empezó su unión a resquebrajarse es algo que no sabemos con certeza. Puede que fuera la rutina de tantos comienzos iguales, la rabia de no encontrar una historia nueva. Lo cierto es que ya no se aguantaban. Aunque trataran de disimularlo con esas fantasías suyas.
Érase quedó solo. No hubo abrazos ni despedidas. Después de siglos a su servicio. Cría cuervos. Qué de tiempo tirado a la basura. Se sintió vacío, todo él un agujero burbujeante, asomado a un precipicio gris que daba mucho vértigo.
Le dio por adquirir objetos: unos pantalones de pinzas, un atlas desplegable, una peluca de pelo natural, tabaco de pipa, una cantimplora, papel de embalar, una cortadora de césped, un manual de yoga para principiantes, cuadernillos de caligrafía, medio kilo de arroz integral, una cámara autofocus de veinte megapíxeles (reales), un bañador enterizo, cuentas de colores, flores de lavanda primorosamente envueltas en saquitos de tela, una nevera portátil, un guacamayo azul.
¿Y después? La misma madriguera hueca, idéntica porosa oquedad.
Aún así no se acobardó. Al menos tenía su acento. Pero ¿y si se lo quitaban? Nunca se sabe tal y cómo están los tiempos. Decidió arriesgar. Convertirse en otro. Se transformó en sustantivo abstracto, conjunción copulativa, adverbio de tiempo.
Ni rastro de la felicidad.
Así que simplemente acabó siendo.
EMMA PRIETO. Los relatos seleccionados pertenecen al libro «Escamas en la piel», editorial Adeshoras, 2018