Confidencias de un blogger confinado en vacaciones

Se acercan las vacaciones; han terminado los talleres literarios con su cortejo de lecturas obligatorias y textos escritos bajo coacción. Exagero, son también descubrimientos de autores que de otro modo nunca habría leído y temas sobre los que, si no me hubieran sido impuestos, no habría disfrutado escribiendo. 

En fin, tengo un poco más de tiempo libre. Hay quien me pregunta: pero entonces, ¿qué vas a hacer?» Bueno, como ven, sigo escribiendo y nunca ceso de leer, pero esta vez leo cuatro libros a la vez, y por supuesto, mi pasión: pienso en volver a lanzar, renovar e incluso reinventar mis blogs. Para mí, el confinamiento es soportable.

Por eso quería hablarles de mis lecturas, para satisfacer su curiosidad.

Empiezo, con todos los honores, por el Museo de pérdidas de Valeria Correa Fiz, amiga, guía y maestra. Su último libro, que sigo teniendo como libro de cabecera, es un verdadero descubrimiento. Después de su primera colección de cuentos que me desconcertó cuando pensaba que la conocía (La condición animal es un choque al descubrir la animalidad de la humanidad) y un primer poemario El Invierno a deshoras que, en un cierto modo, nos cuenta historias. Un descubrimiento, decía, el Museo de las pérdidas, los poemas de una mujer apremiada, joven pero también madura y que tiene una inmensa experiencia literaria y educativa. Un libro hermoso, sensual, afilado, deseable. Siempre está a mi lado cuando trabajo, puedo leerlo y acariciarlo cuando me apetece, como ahora.

“PLEGARIA SALVAJE

Ven a mí, no te encierres, ni me des tregua,
no permitas que duerma
o sueñe.

Desespérame.
No seas sonrisa, pan ni guante.
Sé un ángel y una bestia enfurecidos: fauces, saliva, plumas.

Que cada dolor y sacrificio en mi carne
seas tú (tajo, sangre y cicatriz)
que vuelves.

No te encierres, embísteme.
Pulsa mis nervios con tus pezuñas.
En plena luz del día, ciégame, hazme escamas.

Corta mi lengua, mi carne, dame todas sus espinas
Que con cada corte tuyo yo renaceré
……………………………………………lentamente.

Sea para mí la liturgia de tu furia,
lo que a nadie enseñas,
lo que escondes hasta el hueso (cal, lágrimas ácidas).

Oblígame a saber quién soy.

Oblígate a pronunciar por fin tu nombre
……………………………………………entre mis piernas.”

Lo he traducido al francés, para percibirlo más.

“SUPPLIQUE SAUVAGE

Viens à moi, ne t’arrête pas, ni ne me donne trêve,
ne permets pas que je dorme
ou que je rêve.

Exaspère-moi.
Ne sois pas tout sourire, ni doux, ni avec des gants.
Sois un ange et une bête en colère : gueule, salive, plumes.

Que chaque douleur et sacrifice dans ma chair
ce soit toi (entaille, sang et cicatrice)
qui reviens.

Ne t’arrête pas, fonce.
Cravache mes nerfs avec tes mains.
En plein jour, éblouis moi, réduis-moi en écailles.

Coupe ma langue, ma chair, donne-moi toutes ses épines
Car à chacune de tes entailles je renaîtrai
……………………………………………..lentement.

Que soit pour moi la liturgie de ta fureur,
ce que tu n’enseignes à personne,
ce que tu caches jusqu’à l’os (chaux, larmes amères).

Oblige-moi a savoir qui je suis.

Oblige-toi enfin à prononcer ton nom
……………………………………………..entre mes jambes.”

También leo semanalmente, con mi nieta Morgane de 13 años, un capítulo del Collar de la Reina de Alejandro Dumas. Un gran escritor a quien hemos leído todos aquéllos que somos de cultura francófona. Si alguna vez vas a Versalles, visita “Le bassin des Suisses«. Así es como la describe Dumas:

“Todos conocen ese rectángulo glauco y morado en la bella estación, blanco y estriado en el invierno, que se llama todavía hoy el Bassin des Suisses.

Una avenida de tilos que extendían sus brazos rojizos alegremente al sol, bordeando ambas orillas del estanque; esta avenida estaba llena de paseantes de todo rango y edad que acudían a gozar del espectáculo de los trineos y de los patinadores.

Los vestidos de las damas ofrecían esa abigarrada mezcla del lujo un poco decadente de la antigua corte y la desenvoltura un poco caprichosa de la nueva moda.

Los altos peinados, los mantos prestando sombra a las frentes jóvenes, los sombreros de fieltro en su mayoría, los abrigos de pieles y el vuelo de los vestidos de seda, formaban una mezcla bastante curiosa con los vestidos rojos, los redingotes de un azul cielo, las libreas amarillas y las holgadas levitas blancas.

Criados en azul y rojo emergían de toda esta multitud como amapolas azulinas que el viento hacía ondular sobre las espigas o los tréboles.”

Por supuesto, también leo en paralelo El Elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki, como nos ha pedido Valeria. Voy despacio, pero ya estoy a la mitad. Piénsenlo. Debo decirles que soy un amante de la cultura japonesa, incluida la literatura. Supongo que 2021 será japonés, en todo caso lo deseo. Una pequeña degustación:

“sin embargo, si Oriente y Occidente hubieran elaborado cada uno por su lado, de manera independiente, civilizaciones científicas bien diferenciadas, ¿cuáles serían las formas de nuestra sociedad y hasta qué punto serían diferentes de lo que son? Este es el tipo de preguntas que me suelo plantear con asiduidad.”

Y luego, diría principalmente, después de haber releído Le Horla de Maupassant, quería leer en mi lengua, en francés, una novela reciente, femenina para poder comparar. Elegí a Annie Ernaux, una mujer de mi edad, que recientemente (2016) eligió valientemente reescribir un libro autobiográfico Mémoire de fille (traducido al español Memoria de chica). En realidad, ella hace una relectura de sus memorias de adolescente en los años 50, escritas desde la mentalidad de entonces, con la experiencia de una mujer de 75 años que vive en el mundo y en la mentalidad de hoy. Escribe en un maravilloso francés, simple y crudo, el de una mujer que ha escrito mucho y merecido muchos premios, incluyendo el Renaudot. Una escritura muy francesa en pequeños párrafos. Aquí va una pequeña degustación:

“Ella ha abdicado toda voluntad, está enteramente en la de él. En su experiencia de hombre. (En ningún momento ella estará en el pensamiento de él. Incluso hoy, este es para mí un enigma).

No sé en qué momento ella no se resigna, sino que consiente en perder su virginidad. Quiere perderla. Colabora. No recuerdo cuántas veces él intentó penetrarla y ella se la chupó porque no podía. Él admitió, para excusarla: «Soy ancho.»

Él repite que querría que ella alcanzara el orgasmo. Ella no puede, él le maneja el sexo demasiado fuerte. Quizás ella podría si él le acariciara el sexo con la boca. Ella no se lo pide, es una solicitud vergonzosa para una chica. Sólo hace lo que él quiere.

No es a él a quien se somete, es a una ley indiscutible, universal, la de un salvajismo masculino que antes o después habría padecido. Que esta ley sea brutal y sucia, es así.

Él dice palabras que ella nunca ha oído, que le hacen pasar del mundo de las adolescentes que se ríen tímidamente de las obscenidades susurradas sobre los hombres, palabras que significan su entrada en el sexo puro:

Me masturbé esta tarde.

Todas son lesbianas en la empresa en la que estás, ¿no?

Él tiene ganas de hablar y hablan tranquilamente el uno en los brazos del otro, frente a la ventana cuya pared está tapizada con colores de niños. Es originario de Jura, profesor de gimnasia en un colegio técnico en Rouen, tiene una novia. Tiene veintidós años. Se están conociendo. Ella dice que tiene las caderas anchas. Él responde: «Tienes caderas de mujer». Está contenta. Se ha convertido en una relación normal. Deben haber dormido un poco.

El día se levanta y ella regresa a su habitación. A partir del momento en que lo deja, toda la incredulidad de lo sucedido le cae encima. No ha salido del estupor, presa también de la embriaguez del acontecimiento que necesita ser enunciado, formulado para hacerse real, que impulsa a contarlo todo. Le dice a su compañera de cuarto ya lavada y vestida para bajar a desayunar: dormí con el monitor-chef.

Ya no sé si le viene el pensamiento de que es «una noche de amor», la primera.”

Para mí es la visión, los sentimientos de una mujer de mi época, en el 58, cuando yo mismo era un protagonista. Lo estoy devorando, me quedan cien páginas. También a mí me ha apetecido hacerles mis confidencias.

Jean Claude Fonder