
Spinoza justifica y ratifica la necesidad y validez de su famosa Ética del siguiente modo: por una parte, intenta demostrar (otra cosa es que logre persuadir o no; no son, precisamente, magros sus razonamientos, en cualquier caso) en qué consiste la felicidad del ser humano, llegando a una clara conclusión: en el conocimiento y entendimiento de Dios, del Creador. Lo cual nos llevaría, consecuentemente, a querer actuar
de manera virtuosa, siendo reflejo, así, aunque imperfecto, de esa naturaleza divina de la cual somos partícipes, si bien sujetos a pasiones diversas. Además, por añadidura, esto nos permitiría afrontar y encarar las adversidades con ánimo y esperanza, aceptando las tales como parte del decreto divino y, por tanto, su subsiguiente necesidad, de igual modo que de la esencia de un triángulo se sigue que sus tres ángulos son iguales a dos rectos.
Finalmente, su Ética contribuye al bienestar social, pues enseña que no hay que odiar a nadie, ni afrentar a nadie, ni burlarse de nadie, ni envidiar a nadie, ni nada similar, ya que propugna el amor al prójimo (fundamento de la Torá y del cristianismo, fruto del amor a Dios), como consecuencia lógica de su particular imperativo categórico, según el dictamen de la razón, que es impronta divina y, por consiguiente, distintivo del alma.
Esta sería la verdadera potencia del ser humano en su búsqueda de la inalcanzable perfección en relación con ese amor intelectual. Lo demás sería quedarse en un escalón epistemológico primario, por ser demasiado parcial, inestable, cambiante y, por ende, privativo.
Sin duda, que bien puede oponerse al gran pensador de origen hispano que algo más que la razón es necesario para alcanzar ese gran amor del que acertadamente habla. No es menos cierto, sin embargo, que la razón intelectiva es, sin duda, imprescindible (don necesario) en esta ardua —rara y difícil— búsqueda. E igualmente, como también se deduce de la lectura de su obra magna, que no es lo mismo ser virtuoso que no hacer mal, de igual manera que no es lo mismo la paz que la ausencia de guerra.
No es mal comienzo, sin embargo, aunque no sea suficiente. Peregrino y difícil, sí. Nadie dijo que fuese fácil el camino. Nada que merezca la pena lo es. Mas todo es empezar.

Retratos es un libro de poemas que, a modo de pictóricos lienzos, eternizan el momento pasajero. En él se disecciona, metafóricamente, una sucesión de instantes congelados por siempre sobre el tiempo. Pequeños retazos en remembranza de fugaces sombras preteridas

Un gran despliegue de relatos poliédricos que sorprenderá gratamente
a los lectores. Un ejercicio de talento literario e imaginación sin límite
alguno. Una vez que comience por el primero no podrá parar.
