
BLANCO Y NEGRO
El día que repusieron “Casablanca” en el cine de verano hacía tanto viento que a Humphrey Bogart se le voló el sombrero y fue a parar a la fila siete, justo en mis rodillas. No pude evitar ponérmelo. Cuando terminó la película el cielo se había vuelto gris. Un hombre que se ocultaba entre las sombras me sonrió. Llovía y por alguna ventana se escapaban las notas de un piano. Una chica me pidió fuego. Yo no fumaba, pero me entraron unas ganas irresistibles de encenderme un pitillo y llamarla muñeca. Desapareció en un Austin blanco. Paré un taxi y dije: “Rápido. ¡Siga a ese coche!”, pero la perdí. Al llegar a casa una mujer me esperaba sentada en el sofá con un vestido negro. Me quité el sombrero y lo dejé sobre la mesa. Cuando iba a besarla, me dijo: “Venga, cámbiate, que llegamos tarde a la cena”, y todo recuperó su aburrido color original.
NOSTALGIA
Me paso la vida viajando por trabajo. Puedo combatir el frío de Moscú abrazado a cuerpos esculturales con acento de espía o embriagarme del perfume que desprende el pelo a lo garçon de las alegres parisinas; acariciar pieles de ébano en Nairobi, empacharme de pechos de silicona en Manhattan, refrescarme en La Habana con dulces mulatas que siempre me llaman “mi amor” o despertarme en Shanghái, al lado de mujeres de ojos rasgados y pies pequeños que nunca dejan de sonreír; pero basta con aterrizar en Madrid para darme cuenta de que aún no he conseguido olvidarte.
Los microrrelatos pertenecen al libro “Microenciclopedia ilustrada del amor y el desamor”, de ERNESTO ORTEGA (Calahorra, 1971), ilustrado por NACHO GALLEGO (Madrid, 1978), Talentura Libros (Madrid 2016).



Factoría
“¡No, no puedo apagarla! Aunque quiera no puedo apagarla” me dijo el operario moviéndose con precisión y elasticidad, hasta con elegancia, entre las palancas, correas, poleas, cadenas, botones rojos, amarillos y verdes de una inmensa, grasosa, sucia y ruidosa máquina que echaba un oscuro humo al aire y un líquido negro y fétido al mar y al río cercano cuando le pregunté. “Aunque quiera no puedo apagarla, repitió bajito, como para sí mismo, porque siempre ha sido y siempre ha estado. No podemos imaginarnos la vida sin ella. Dicen que hay otros modos de fabricar las cosas, pero hasta ahora son sólo creencias, fábulas, leyendas, mitos irrealizables que se pierden en el tiempo. También dicen que una vez, ese sueño alterno, distinto, se hizo realidad en un lugar muy lejano, pero no duró mucho tiempo. Además, yo soy sólo uno en una larga, muy larga cadena. Antes de mí y después de mi hay otros, muchos… muchísimos. Aunque yo apague esta sección, las otras seguirán funcionando normalmente. ¡Esto es muy grande! ¿Sabe?” Y pasando su brazo por encima de mi hombro me llevó hasta el centro del pasillo y señaló con la mano. Frente a mí se extendía, hasta perderse en la brumosa curvatura azul de la Tierra, atravesando mares, países, continente… épocas, un inmenso galpón en forma de barraca o medialuna invertida, cuyo techo no tenía fin; incluso se movían unas nubes a lo largo del galpón. A los lados de esa infinita barraca había unas puertas inmensas, del tamaño de las de los hangares para aviones, por donde salían los productos ya terminados: automóviles, bolígrafos, libros, mesas, máquinas, medicinas, calzado, ropa, pan… “Una vez, prosiguió el obrero, por algunos desperfectos, estuvo apagada durante ocho meses o un año. Lo cual ocasionó una crisis social de incalculables dimensiones. Los compradores del producto, los consumidores, organizaron manifestaciones, se trancaron las vías, se quemaron cauchos, hubo detenidos, heridos… hasta muertos, para que la empresa les suministrara, les vendiera la mercancía” Después de revisar con atención un manómetro, cuya aguja oscilaba como enloquecida y darle unos golpecitos con la yema del índice, accionó una palanca que liberó un vapor caliente y la aguja se tranquilizó, luego se limpió las manos en una amarillenta estopa que sacó del bolsillo trasero de su holgado overol azul y del cual asomaba la punta anaranjada de una llave inglesa, se me acercó y, casi gritando por encima del constante zumbido y los golpeteos de la máquina, continuó: “El operario anterior, un día, obstinado, cansado, la apagó. Pero no pasó nada. Inmediatamente trajeron a otro de la otra sección y ocupó su lugar. Pero sus dimensiones, que sea muy grande, grandísima y que nuca pare, que la gente haga huelgas para que no se detenga no es lo sorprendente. Lo que más me llama la atención es que la factoría no sólo produce mercancías, productos, artículos materiales, sino que genera teorías, opiniones, tesis… filosofía. Los sociólogos, políticos, filósofos, antropólogos, historiadores… pensadores, tanto los que la defienden como los que la adversan, han escrito libros, tratados, ensayos… acerca de la factoría: sus orígenes, fines, utilidad… su futuro, que son producidos, fabricados por la factoría.
Autor: perdo Querales
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