Viviana apoyó la maleta sobre la cama y la abrió. Era un regalo de sus padres, por el examen de bachillerato: espaciosa, con una cerradura de combinación, del mismo azul marino del viaje de sus sueños. Aquel verano, toda la vida le pertenecía: el diploma, los dieciocho años, la maleta color océano.
La cerradura se abrió con un clic metálico. Después de dos años, aún olía a nuevo..
