PASIÓN FLAMENCA
Una guitarra, un cante “por soleares”, un tablao, un taconeo, un traje de volantes… Si hay algo genuinamente andaluz es el flamenco, un arte que no pasa de moda, pero que ha conocido tiempos mejores.
Parece ser que se esté abriendo una brecha en la muralla de la cultura musical que los anglo-americanos nos han impuesto durante años. Es como si la vieja Europa, que salió con los huesos molidos de la última contienda mundial, considerase que ha pagado ya lo suficiente a sus liberadores, que al desembarcar en las playas normandas, aportaron con ellos la coca cola, el chiclet, el swing y el boogie woogie. ?Es qué acaso el Viejo Continente no posee sus propios folklores? Hasta la fecha nuestros tímpanos han tenido que soportar la colonización musical yanqui. Ya sería hora que abriéramos las puertas de par en par a otras culturas musicales.
Un artista flamenco, sobre todo bailarín o guitarrista, puede ser de cualquier país, incluso de los más alejados de España. Existen flamencos, aficionados o profesionales, en muchas naciones. Por ejemplo en Japón, principalmente en Tokio, funcionan más de trescientas escuelas de baile y de guitarra flamenca.
Hoy que el cante flamenco ha salido de sus fronteras, obteniendo un gran éxito en países como Alemania, Italia, Francia, Estados Unidos, e incluso en Japón, donde se han enamorado de este arte, sería interesante discurrir sobre los orígenes del cante flamenco, llamado también cante jondo (hondo), o sea cante profundo.
Desde las primeras colonizaciones fenicias, muchas civilizaciones han pasado por Andalucía para acabar fundiéndose con ella. En las poblaciones, campos y costas andaluzas se mezclan de modo indistinguible los mitos y leyendas con la historia real, de la que provienen muchas veces, desfigurados y alterados por el tiempo. Antes de Cristo ya es enorme el peso cultural del Sur de España y se conocen sus tradiciones artísticas. Las viejas civilizaciones del Mar Mediterráneo encuentran un precedente todavía más antiguo en las del Océano Atlántico. Pero como hemos afirmado, realidad y fábula se confunden en tan remotos hechos.
No es posible hablar de directas aportaciones de la época romano-andaluza al Flamenco, pero si se puede intuir, con bastante fundamento, a través también de antiquísimas herencias folklóricas procedentes del Mediterráneo, que ciertos ritmos, cadencias y actitudes del baile femenino de la Edad Antigua siguen integrados en el arte flamenco actual.
Cabe pensar en dicho arte como en el rico contenido de un recipiente imaginario donde, con lentitud de siglos, se han ido depositando ingredientes múltiples y muy distintos, que acabarían fundiéndose hasta dar por resultado el Flamenco, tal como lo conocemos hoy. Así, otras culturas antiguas también dejaron su huella y formaron parte, en Andalucía, de ese cóctel o combinación folklórico a cuyos misterios más antiguos nos acabamos de asomar.
Durante mucho tiempo se ha atribuido al Flamenco una paternidad esencialmente islámica, mientras algunos eruditos han negado toda participación en dicho arte a esos pueblos, que dominarían España durante siete siglos. Como suele ocurrir, la verdad parece hallarse a mitad de camino entre esas dos teorías opuestas. Veamos un poco.
Basta escuchar cualquier emisora de radio norteafricana para enseguida darse cuenta de la similitud tonal entre canciones folklóricas del Magreb (y aun de otros distantes países islámicos), con estilos del Flamenco puro. Pero, por otro lado, la audición de una música conservada también en Africa del Norte y supuestamente procedente de la España musulmana de hace cinco siglos, llega a causar desconcierto ya que en nada se parece al Flamenco. Es una música orquestal, de refinada y suave orquestación, sin la menor semejanza con el cante. No obstante, también sabemos que junto a esa música aristocrática, de salón palaciego, existió en Al-Andalus, la España musulmana, todo un caudal de canciones populares y callejeras cuyo carácter, del todo distinto al de la música de los grandes señores, se debió aproximar bastante al de las canciones, letras y melodías norteafricanas que hoy se oyen por las calles, caminos y playas del Magreb y que, en cierto modo nos recuerdan el Flamenco..
Zambras, zéjeles, moaxajas y jarchas fueron canciones de la España islámica de muy diversa intención, desde amorosas hasta satíricas. Y algo de ellas ha debido de quedar en ese recipiente que hay que imaginar para entender mejor el largo proceso de desarrollo del Flamenco a lo largo de los siglos.
Aunque el origen del cante flamenco está aún por precisar dada la escasa documentación de época existente, parece que su nacimiento surge en Andalucía de mediados del siglo XVIII, y más concretamente en tres puntos: Jerez, Cádiz y Sevilla (principalmente en el barrio de Triana). El contexto social en el que germina y se desarrolla es de marcada pobreza.
Si en sus primeros momentos el flamenco es un simple pasatiempo para amenizar las reuniones familiares o las noches de las ventas andaluzas, en las que se reúnen al final de la jornada, viajeros, contrabandistas, prostitutas, buhoneros, comerciantes en una curiosa miscelánea, enseguida tiende a profesionalizarse a causa del éxito que tienen los primeros intérpretes en las reuniones informales. La fiesta deja ya de ser improvisada para organizarse formalmente, contratando, bien los particulares hacendados, a los cantaores, pertenecientes a la capa social más pobre.
No es seguro que el flamenco sea el baile más viejo de Europa, pero ciertamente es el más antiguo, el más famoso de Andalucía. En el siglo XV lo bailaban los gitanos; pero ya entonces su danza, acompañada de un canto enérgico, a menudo interrumpido de gritos lancinantes, no era una forma pura. Insistiendo en la idea del Flamenco como en la de una vasija donde se hubieran ido amalgamando músicas y danzas de muchas culturas y épocas diferentes, podríamos decir que el “licor” principal de ese cóctel histórico es, con toda probabilidad, el que aportaron los gitanos. O, usando una comparación gastronómica, los gitanos serían al Flamenco lo que el arroz a la paella: el elemento unificador y sustancial.
Vale la pena hablar de la enorme aventura colectiva de los gitanos en el tiempo y en el espacio, y de la relación de esa aventura con el arte del cual estamos hablando. Procedentes de la India, y en concreto de la región del Pundjab, no se sabe con certeza que causas históricas ?guerras, epidemias, catástrofes naturales?—desplazaron fuera de su tierra a ese antiquísimo pueblo y lo convirtieron en el más trotamundos de la Historia. Las primeras grandes emigraciones de gitanos se producen entre los siglos VIII y IX. Esas y las sucesivas huidas de su tierra hindú se dirigirán luego por un largo camino hacia el Oeste, llegando a Europa y atravesándola. El primer documento conocido de la llegada de los gitanos a España, desde tierras francesas, se remonta a 1425. En Andalucía, el gitano tiende a asentarse más; allí se encuentra más a sus anchas y, probablemente, más comprendido por la gente humilde. Y es, al radicarse los gitanos en las poblaciones andaluzas, cuando empieza a formarse el Flamenco propiamente dicho; ellos aportan sus conservadas danzas y tonadas, que se suman a las que encuentran en Andalucía, recién creadas o bien destiladas de otras épocas. Puede que no sea cierto en términos absolutos, pero opinamos que la base esencial del Flamenco está ahí en la fusión del folklore gitano al andaluz, una operación que tardará muchos años en madurar para convertirse —desde el siglo XVIII— en el Flamenco que conocemos hoy.
En España, tierra de conquista, su baile encontró la sensualidad de los invasores árabes, la religiosidad del canto bizantino y el ímpetu caballeresco de los españoles. Tragedia, erotismo, espiritualidad emergen también del flamenco actual. Pero resulta siempre más difícil distinguir su configuración. El flamenco se entrelaza espontáneamente con otros bailes españoles (como el fandango, el bolero, la jota) y no es solamente andaluz. Hoy existe un flamenco sin duda turístico: aquel exagerado y decorativo que se baila en el tablao, o sea en las típicas tabernas, mientras es un flamenco más sobrio el que se danza en los teatros: el flamenco “clásico” de Antonio Gadés.
El flamenco es una de las músicas más peculiares y reconocibles de Europa. Las raíces del flamenco se formaron recogiendo influencias de muy diversos orígenes, podemos encontrar en esta música aportaciones hindúes, árabes, judías, griegas, castellanas, etc.
Los flamencólogos han escrito, — que el flamenco era el medio de comunicación que tenía el Hombre cuando aún no conocía el uso de la palabra —. Al contrario de lo que se cree, el cante flamenco no es una expresión de alegría, si no de nostalgia, de desesperación y de sufrimiento. Es el lamento que viene de lo profundo del ser; es una intensa expresión dramática, que a menudo inicia con la sílaba “?ay!”, entonada como un fuerte suspiro, que se repite incesantemente en el cante, es la expresión de un profundo-hondo dolor. Es la manifestación de la angustia humana, de los grandes problemas de la existencia: Muerte, destino, amor; el cante jondo ha sido la expresión fatalista del dolor de un pueblo, o mejor dicho, de algunos pueblos subyugados. Aunque las más de las coplas abordan la temática amorosa, la gama de asuntos tratados en sus versos es extensa. la madre, la pobreza, la muerte, el destino, lo pasajero del mundo, la divinidad y lo religioso en general, lo histórico y político; unas veces empleando el humor y el sarcasmo y otras, por medio de sentencias.
La mayoría de los turistas extranjeros que asisten a espectáculos de flamenco, fabricados especialmente para ellos, desconocen todo de este arte y de sus orígenes. Empecemos con el término flamenco.
Resulta que la llegada de Carlos V, nacido en Gand (Bélgica), que había heredado la corona española, fue acompañada de numerosos comerciantes belgas ávidos de hacer fortuna, provenientes de la región de Flandes, que sólo deseaban inmiscuirse en los negocios públicos; entre la numerosa comitiva se agregaron numerosos gitanos, que habían sido expulsados de Germania, y los españoles creyéndolos oriundos de Flandes les llamaron germanos y flamencos, porque confundían a los naturales de Flandes con los de Alemania, y les dieron el epíteto de flamencos. Siendo los gitanos los que dieron un gran impulso al flamenco, los españoles lo llamaron cante flamenco. Los estudiosos no están de acuerdo ni sobre los orígenes del cante flamenco, ni de donde proviene su nombre, hay quien sostiene que la palabra flamenco derive de flamenco (habitante de esta región belga) y que remonte a los tiempos de Carlos V y a la dominación española en Flandes. Otros sostienen que la palabra sea de origen más reciente, y se explique como flamante, o sea resplandeciente, refiriéndose a la exuberancia y a la abundancia de la ornamentación vocal.
El canto gregoriano tuvo un papel muy importante en España en el siglo X. El pueblo participaba a las funciones religiosas interpretando los cánticos; así el canto religioso se volvió popular. Además, debido al origen judío del cristianismo y por mediación de Bizancio, la música gregoriana había adquirido inflexiones orientales sonoramente quejumbrosas. cultural, artístico y científico, debido a casi 800 años de mezclas de culturas árabes, judías y cristianas. Hay quien afirma que la palabra flamenco proviene de las palabras árabes “felag” (campesino) y “mengu” (fugitivo).
El cante flamenco como se conoce actualmente se presenta como una manifestación artística a partir del siglo XVIII, pero la “Edad de Oro” fue a partir de la mitad del siglo pasado.
Toros y Flamenco han sido las dos cimas del ocio español con un carácter de pasión, casi devoción popular, y han compartido, a finales del siglo pasado y comienzos del nuestro, las censuras de los espíritus críticos que veían en este fanático casticismo una fuente de decadencia y una manera de rehuir la realidad de los problemas de España.
Desde la mitad del siglo XIX, la capacidad de absorción del Flamenco da lugar a un curioso mestizaje folklórico que se conoce hoy como los cantes de ida y vuelta: a través sobre todo del puerto gaditano, numerosas canciones de la América Central y del Sur, especialmente del área del Caribe y del Río de la Plata, son traídas a España en labios de la gente de mar y se aflamencan en Andalucía, entrando a formar parte del repertorio de los cantaores.
Si al principio de este artículo se hablaba, — de que el flamenco había conocido tiempos mejores —, es porque en los cuarenta años de dictadura que sufrió España, el despótico régimen quiso aplastar los folklores de los otros pueblos españoles, imponiendo el flamenco como la sola y única cultura ibérica, con el resultado de que al retorno de la democracia, con el nacimiento de las Autonomías, se creó un momentáneo rechazo. Actualmente todo ha vuelto a la normalidad.
Me parece justo terminar este artículo rindiendo un homenaje a Federico García Lorca, el cual hubiera cumplido cien años el pasado mes de junio, si no hubiese sido vilmente asesinado de la barbarie al inicio de la guerra civil. Antes que lo hiciesen callar para siempre y que tirasen su cuerpo en una fosa común, el poeta granadino, autor del “Romancero gitano”, que fue hechizado del cante flamenco, presintiendo su trágica fin escribió esta poesía: “La luna y la muerte” — La luna tiene dientes de marfil./ ?Qué vieja y triste asoma!/ Están los cauces secos,/ los campos sin verdores/ y los árboles mustios/ sin nidos y sin hojas./ Doña Muerte, arrugada,/ pasea por sauzales/ con su absurdo cortejo/ de ilusiones remotas./ Va vendiendo colores/ de cera y de tormenta/ como un hada de cuento/ mala y enredadora./ La luna le ha comprado/ pinturas a la Muerte./ En esta noche turbia/ ?está la luna loca!/ Yo mientras tanto pongo/ en mi pecho sombrío/ una feria sin músicas/ con las tiendas de sombra.
—La voz del poeta enmudeció, pero su poesía nos sigue siempre hablando—.