LA TABERNA ¡AY CARMELA!
Prefiero libertad con pobreza,
que prisión con riqueza.
Anónimo
A Maurice, el patrón de la taberna ¡Ay Carmela! le importaba un bledo si nos pasábamos la tarde jugando a las cartas, y consumíamos apenas un litro de morapio cuando estábamos escasos de plata, pues sabía que cuando abundaba lo gastábamos con agrado en su local. Él se decía a sí mismo que no era culpa nuestra si los fondos escaseaban. Su filosofía personal se formó con la herencia de los caracteres de una madre árabe y un padre hebreo sefardita; el fatalismo y la afición al negocio se amalgamaron dando resultados tan sorprendentes como el de ser el principal cliente de su taberna, a la cual llamó ¡Ay Carmela!(en recuerdo de su permanencia en las Brigadas Internacionales), la de consumir cerdo y sus derivados, y el dar fiado a sus conocidos. Sus lemas eran: ¡Vive y deja vivir!, ¡El sol brilla para todos! ¡Viva la Libertad!
Cuando oía los gruñidos lamentosos de los gaznates secos y de las panzas vacías, entonces alzaba los ojos cubiertos por la niebla del alcohol y depositaba una garrafa de vino y algo para roer. En ciertas ocasiones, cuando en el aire soplaba el huracán de la derrota, guisaba gigantescos cuscús que dividía fraternalmente con sus parroquianos preferidos. ¡Comed y bebed, herejes infieles!, exclamaba con chunga enternecido del apetito de ogro de los comensales. Entonces Maurice se consideraba algo parecido a un gurú con sus discípulos. El jugo de la viña le desataba la lengua y la generosidad, bastaba cantarle algo en flamenco para que se enterneciera, entonces se metía a chamullar en ladino, a hablar de Sefarad, de Córdoba y de Granada, estos eran los momentos oportunos para mangarle priva y marihuana, pues la hierba no le faltaba nunca, ya que en aquella época no estaba de moda como hoy, además costaba poco, ésta llegaba tranquilamente de Marsella y de las naves. Los tripulantes de los trasatlánticos estadounidenses eran excelentes clientes.
Su tasca, ubicada en una callejuela estrecha, con escaso alumbrado se hallaba a pocos metros del muelle donde anclaban las gabarras, la taberna era, para los tripulantes de estas embarcaciones, algo semejante a un faro alumbrado en la oscuridad, o a un oasis en pleno desierto, allí se daban cita, según los horarios, una fauna sedienta, estibadores, embarcados y los que esperaban lograrlo, marineros de todas las nacionalidades, árabes, africanos, algún vagabundo, clochards, zagalas (como me resulta cómodo me zambullo en la mitología, pues me refiero a las sirenas, pero de cuerpo entero, ya que no se puede pretender que los marineros se comporten como Ulises), en busca de navegantes en abstinencia forzada debido a viajes interminables, y de vez en cuando se descolgaban señoras acompañadas, que llegaban de barrios burgueses, donde abundaba la riqueza y la monotonía, que gozaban en este lugar multiétnico excitadas del ambiente bohemio.
Aquella tarde del mes de abril nos hallábamos jugando a la belote, el juego nacional francés, algo parecido al tute español, la partida se desarrolla en 1.001 puntos, formada por dos parejas, una contra la otra, la que pierde paga. Riton era un ex oficial de la marina mercante francesa, a quien el alcohol y los cuernos iban destruyendo. Nuestros contrincantes resultaban ser Mariano, alias Cocó, un aragonés, refugiado del 1939, muy aficionado al tinto, que se las apañaba como podía, trabajaba de vez en cuando como estibador y conocía todo sobre las embarcaciones, lo que le permitía practicar la polizonada, escogía siempre naves estadounidenses. Recordaba con nostalgia la época de la permanencia de la “tropas liberadoras” de Europa, que más tarde serían repatriadas. Vivió del contrabando de las mercancías, que los yanquis robaban y vendían por camiones enteros, pero cuando estos regresaron a sus vacas y a sus ranchos la cucaña terminó. Descubrió el oficio de polizón, que consistía en embarcarse clandestinamente hacia los EE.UU, donde al final lo agarraban y lo mandaban al centro de Emigración de Ellis Island. Cocó regresaba a Francia con maletas repletas de ropa y algunos dólares recibidos de los diversos Comités de Asistencia. El cuarto jugador era Nicolás, nacido en Granada, el cual se ganaba la vida pelando guardias sobre naves extranjeras, una tarea mal retribuida, pasando noches enteras en blanco. La vida le daba tanto asco que hacía todo lo posible para truncarla, pero Tánatos se obstinaba en no hacerle caso. Una vez más empleo un mito, pues quien tradujo del griego, ignoró o lo hizo adrede, pues pasó del masculino al femenino. Se menciona la Parca, los iberoamericanos la llaman la Pelona, pero era Tánatos el dios griego, el administrador de la muerte, no sus empleadas. La hembra al parir da la vida. El macho mete al mundo: cañones, ametralladoras, minas, gases asfixiantes, bombas… Pero sigo con Nicolás. Éste habitaba en una goleta anclada en el puerto, propiedad de un rico aventurero, que soñaba con una expedición hacia el mar de las Antillas en busca de tesoros, un viaje que nunca logró realizar. Dos veces el granadino, en pleno invierno, se cayó al agua, otro hubiera estirado la pata, pero él se salvó con unos resfriados. Siendo también un refugiado del 39 conoció los campos de concentración. Para colmo de desgracias, cuando se hallaba en el frente luchando contra los traidores rebeldes éstos asesinaron a su mujer y a su hijo pequeño.
Mientras estábamos saboreando nuestra victoria entró un individuo que apenas conocíamos, Maurice pegó un brinco y se precipitó a recibirlo exclamándose: ¡Salud compañero Denis Peschanski! El recién llegado era nada menos que el hijo de un brigadista, su padre había luchado junto a Maurice en la batalla del Ebro, los dos pertenecían a la Brigada Internacional XIV, compuesta de franceses,… y jóvenes españoles de la llamada Quinta del Biberón, pues apenas tenían 18 años. Denis se dedicaba a navegar por ríos, canales y aguas tranquilas a bordo de una gabarra, cargando y transbordando las más diversas mercancías, abasteciendo también a las embarcaciones ancladas. Estas naves, sin motor por respecto al ambiente eran remolcadas, pero en pasado lo realizaban con los animales. El patrón de la taberna quiso festejar la llegada del hijo de su amigo con una botella de coñac que fue muy bien acogida, pero antes se dirigió al juke-box, introdujo una moneda y brindamos a la salud de las Brigadas Internacionales, acompañados de las notas de una canción de nosotros conocida:
El ejército del Ebro,
rumba, la rumba, la rumba, ba, ba, (bis)
una noche el río pasó,
¡Ay, Carmela! ¡Ay, Carmela! (bis)
Y a las tropas invasoras,
Buena paliza les dio, ¡Ay, Carmela! ¡Ay, Carmela! (bis)
El furor de los traidores,
rumba, la rumba, la rumba, ba, ba, (bis)
lo descarga su aviación,
¡Ay, Carmela!, ¡Ay, Carmela! (bis)
Pero nada pueden bombas, rumba, la rumba, la rumba, ba, ba, (bis)
donde sobra corazón, ¡Ay, Carmela! ¡Ay, Carmela! (bis)…….
Advertencia. A continuación, debido a que nos hallamos en una taberna multiétnica de uno de los tantos puertos de mar del Atlántico, lugares donde se bebe, se come, se canta, se fuma de todo, se habla de todo, etc.,etc., voy a tocar un argumento, que tal vez a algunos les parecerá… Pues lo que les parezca, pues cada uno es libre de pensar lo que quiera, todo depende del lugar donde el asunto se desarrolla. Admito que en mi modo de escribir me he autocensurado demasiado, he estado distraído, pero llegó un momento que me he desperté: Diciéndome: Si hay escritores/as famosos/as que hablan de sexo sin rodeos, empleando un vocabulario apropiado al argumento, yo puedo hacerlo tranquilamente. A esto yo lo llamo igualdad.
Mientras Maurice llenaba los vasos, que empezaban a secarse apareció Nez Bleu (Nariz azul). ¡Lo que faltaba para el duro! exclamamos todos a coro. Con voz de mando la anciana burraca ordenó: ¡Un canon! (un vaso grande de vino), y apenas las últimas gotas de vino llenaron el vaso se lo sopló a un velocidad supersónica, y con voz de grajo, quemada por el tabaco y el alcohol ordenó otra ración, el cuarto de litro de vino lo fue degustando paulatinamente… Luego recitó: ¡Joder, qué delicia, tiene mejor sabor que una mamada! -¡Chántala cerda asquerosa le chilló Ritón! La furcia, con todas las uñas fuera se le echó encima como una fiera y si no los hubiéramos separado lo desfiguraba. Se sentó al lado de Nicolás, le dio un beso en la boca diciéndole: –Ça va, cheri? (¿Cómo estás querido?). Pidió otra cisterna de vino y mientras lo trincaba pudimos observar como su nariz cambiaba de color, pues de azul que era se convertía en morado Le habían dado el apodo de Nariz azul, porque en el período de la liberación de Francia acogió a los aliados con las piernas abiertas como el Arco de Triunfo, ella aseguraba ser una buena patriota. En esta posición pudo ganarse la vida sin necesidad de ir a fregar pisos y a vaciar palanganas, dejando este trabajo a los chulos palanganeros, que preferían colaborar con el invasor que luchar contra él. Ejerció su profesión hasta que los últimos soldados americanos e ingleses regresaron a sus hogares. Lo de la nariz fue una broma de un soldado británico burlón, que habiéndose acostado con la pájara, completamente sumergida en los vapores del alcohol, deseando dejarle un recuerdo le tatuó las napias. ¡Humor anglo!
Bajo los efectos del vino nos contó una vez más… De batallas ganadas en la cama… Asegurando que en aquellos años no sabía dónde meter el dinero. El bretón, lejos de las garras de Nariz azul, deseando vengarse por los insultos recibidos exclamó: -Te lo podías haber metido en el coño, que es más grande que el dique seco, además, que con las pichas que te tragaste, atándolas una junto a la otra hubieran podido llegar hasta Londres. La pájara tenía la respuesta rápida, y de bolea le respondió: -A ti, desgraciado, lo que te sucede es que las puertas te resultan demasiado estrechas, y estás obligado a pasar de lado, pues tienes unos cuernos tan grandes que deberían mandarte a España, una plaza de toros sería el lugar ideal para tu persona. Tu mujer seguramente te mandó a la mierda porque tu polla sólo te servía para mear. ¡Ole cabrón! Se levantó, metió una moneda en el juke-box, que le regaló un pasodoble taurino, se arremangó las faldas y empezó a bailar, y al pasar cerca de Ritón dio un pase y con un salto le arrimó el chocho cerca de la nariz. El bretón pegó un brinco de bestia asqueada y relinchó: ¡Guarra, cagarruta, calienta pollas! Yo casi me caigo de la silla, Mariano se descojonaba de risa, mientras el mesonero aseguraba que el espectáculo era superior al teatro, o sea puro Guiñol, se suministró otra ración de ron mientras repetía una letanía que le enseñó un culto marinero iraquí, que conocía los secretos de la antigua lengua sumeria, que decía así: U -du bad gal-la tur, siki gal-la gid gid, lo que traducido significaría: Su ano es ancho, su vagina estrecha y los pelos de su vulva son larguísimos. Ritón, cabreado por el pase de la pelandusca seguía su ofensiva lanzando todos sus conocimientos de insultos aprendidos en los diversos tugurios recorridos durante su vida de embarcado.
-¡Purriela, chaleco, lechona, primero te tragaste una división de nazis y luego te consolaste con medio ejército inglés y otro medio norteamericano! Nariz azul, con las piernas abiertas como los vaqueros que tanto la cabalgaron, le arrojó el contenido de un vocabulario de juramentos, refrescándole a continuación la memoria sobre varios acontecimientos que valía la pena escucharlos de la boca de una ciudadana de la República francesa. -Si yo me prostituí con el invasor fue porque no tuvisteis cojones para defender nuestra tierra, escapasteis como galgos, como conejos cagaos de miedo, y como decían los ingleses asemejáis a las ranas, por eso os llaman frogs, mucho croar, rajar, pero cuando os chillan ¡chitón!, cerráis el pico. Nosotras las vendedoras de amor empleamos nuestras armas para defendernos, y mostrando su veterana vulva le dijo que muchas agarraron la gonorrea para pegarla al enemigo. Esta era nuestra Resistencia. -¡Vieja puta arrabalera, colaboracionista de mierda! vociferó Riton rojo de rabia. -¡Cornichago! le respondió inmediatamente Nariz azul. Antes de alejarse, con ademanes de soberana le mostró la proa y la popa desnuda de su cuerpo, y dándoles unas palmaditas profirió solemnemente: -Yo soy una obrera del sexo, mi corazón es francés, pero mi coño es internacional.
Envueltos en la niebla del humo y los vapores del alcohol, estábamos comentando aquellas escaramuzas cuando apareció Mamadú, ciudadano del Estado libre del Senegal, ex colonia francesa. -¡Maurice, un blanco! ordenó. El patrón, que conocía muy bien a este fiel cliente, siempre con ganas de chunga le preguntó: -¿Cómo lo deseas el blanco, al horno o a la parrilla? Mamadou cogió su vaso y se acercó a nuestra mesa saludándonos con un -¡Salud extranjeros! Su rostro color del ébano no podía ocultar, como él decía con hilaridad las fatigas de las noches pasadas en blanco, y no con una blanca, debido a su actividad de guardián de barcos, del que tenía casi el monopolio. La taberna ¡Ay Carmela! era su preferida, porque en esta hallaba siempre compañía con la cual vacilar y trincar. Después de la independencia de su país, un tiempo cuna de la esclavitud, debido a la influencia de su presidente poeta Senghor, se aficionó a la poesía, pero ésta era una ponzoña ácida que irritaba al hombre blanco, culpable del tráfico de millones de esclavos. Maurice, siempre con ganas de juerga, le propuso como siempre el trueque, una poesía en cambio de un vaso de vino. Mamadou se afiló los colmillos, abrió los ojos como platillos, se concentró, y disparó:- Yo nací en Tambacounda, y soy hijo del Senegal, de los blancos sólo me gusta el vino, el resto lo meto en un orinal. Una salva de aplausos coronó las estrofas del poeta de color. El tabernero ofreció lo convenido que no tardó en desaparecer y solicitó más versos. El senegalés propuso otra poesía en cambio de vino para aquellos pobres europeos. De acuerdo. Después de vaciar su vaso Mamadou cerró los ojos, y como en trance murmuró algo en wolof, o sea en su lengua. Nos contó que era para captar la inspiración que le transmitía el alma de su abuelo, que fue un famoso curandero animista. Cuando el tabernero llenó los vasos, el poeta improvisado, acariciando su gri-gri amuleto, como él lo llamaba, que consistía en un saquito de cuero cosido, del cual nunca se separaba y que podía contener pelos de tigre, un diente de león, o huesecitos, pero esto era un secreto que no se confiaba, recitó: Mi verga de ébano, como hubiera podido recitar Catulo, (s. 1 a C.), yo os la hinco en la boca, yo os la clavo en el culo.
-Pues mira, qué destilador de veneno estás hecho hoy profirió Nicolás, pero el senegalés, inspirado y alumbrado siguió con Catulo declamando: “Salax tabena vasque conturbernales, solis putatis asse putatis asse mentulas vobis...”, pero cuando se dió cuenta que nadie comprendía el latín tradujo: -Putañeros de esta noble taberna, ¿creéis tener la polla sólo vosotros, y poder follar únicamente, considerándonos todos cornudos, o quizás porque os halláis sentados como idiotas, no creéis qué os podría dar por el bullate a todos juntos”?
-No ofenderos hermanos, no me refiero a vosotros los refugiados, pues al fin y al cabo somos todos exiliados, hasta el pobre Riton, ya que se halla lejos de su Bretaña.
Denis Peschanski acompañado del buhonero, que lo hizo sentar junto a nosotros, nos sirvió coñac, puso ¡Ay Carmela! y trincamos en honor de las Brigadas Internacionales. Maurice vaciaba la nevera preparando una merienda que asemejaba a una cena. Resulta que Peschanski durante el período de su navegación por ríos, canales y puertos, remolcado y con el piloto automático, tuvo el tiempo necesario para convertirse en un historiador sobre la Guerra Civil Española. Empezó recitando la poesía que Rafael Alberti dedicó a las Brigadas: Venís desde muy lejos… mas esta lejanía, ¿qué es para vuestra sangre que canta sin fronteras? La necesaria muerte os nombra cada día, no importa en qué ciudades, campos o carreteras. De este país, del otro, del grande, del pequeño, del que el mapa… Llegaron de 54 países, obreros, campesinos, metalúrgicos, portuarios, marinos, periodistas, estudiantes, fotógrafos, enfermeras, médicos, escritores poetas… Más de 35.000 hombres, sin olvidar a numerosas mujeres dejaron su trabajo, a sus familias en defensa de la República. Nos habló de la batalla del Ebro, donde su padre y Maurice combatieron, que estuvieron obligados a disparar contra los perros, que abandonados de sus amos iban en busca de cadáveres para devorarlos, mientras los brigadistas buscaban en los bolsillos de sus compañeros caídos algo para comer. La superioridad aérea y la artillería enemiga causaron miles de bajas… Según él, la no intervención, fue una verdadera hipocresía, un asqueroso tongo, sin ella el bando republicano hubiera ganado la guerra, y evitado la Segunda… Luego me cedió la palabra, pues considerando que en el 1936 yo cumplía 9 años, ¿qué mejor testigo? Me limité a hablar de la contribución de México, que puso a disposición de la República su armamento sin condiciones, y acogió a miles de niños y a refugiados, mientras que otros países nos vendieron chatarra de la primera Guerra Mundial pagada en oro. Mencioné también Argentina, que mandó comida, ropa, un obrero cedió el único abrigo que poseía, algo que nunca olvidaré fue aquel pan que los niños que íbamos a escuela recibíamos todas las mañanas. ¡Gracias hermanos! ¡Gracias!
¡Ay Carmela!, ¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela! ¡Ay!, ¡Ay!,¡Ay!……………………..
Qué bien, hermoso regalo de sábado. ¿Es parte de un libro?
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