(Crónica de un viaje a Asturias y Galicia, mayo de 2018)
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LINATE, 18 de mayo de 2018, horas 11,50
Puede que me equivoque, que sean 17… menos no. Pero estoy casi segura de que son 18. Estoy hablando de mis viajes a España, por supuesto.
El avión va a despegar dentro de diez minutos. Dirección Madrid. Luego, nos vamos a dirigir hacia el Norte.
La primera etapa va a ser León, donde mi marido y yo ya estuvimos en 2011: de aquel viaje recuerdo sobre todo los nidos de las cigüeñas sobre las columnas, en la plaza de san Isidoro, frente a la basílica de la que no pudimos ver la fachada por las obras. Dicen que las cigüeñas viven unos 20 años y que después de cada migración suelen volver al mismo nido, así que… ojalá volvamos a encontrarlas.
Luego nos espera Galicia, dos días en La Coruña: este también es un lugar que ya conocemos, con las rías y el Cabo Finisterre, el final de todos los caminos, donde se acaba el mundo.
Después, un lugar totalmente nuevo para nosotros: Oviedo y Asturias.
La última etapa va a ser Segovia, de la que recuerdo el resplandor argénteo del acueducto bajo el cielo glacial de diciembre, en una noche de luna y de gatos.
Apagamos los móviles, abrochamos los cinturones. Ahora nos proporcionan las instrucciones para nuestra seguridad, que nadie escucha.
No tenemos dos asientos contiguos: mi marido está sentado en la fila delante de la mía: no pensamos en hacer la facturación “on line”, por eso sólo hemos podido encontrar dos asientos separados. A mi derecha hay una señora italiana, a mi izquierda una chica española.
“Thank-you for your attention” concluye la azafata.
Despegamos.

El restaurante “el oso y el madroño.
Los característicos toldos ondulados, sostenidos por columnas dobles, una gama de colores del arco iris que va del azul oscuro al rojo, pasando por el amarillo.
Tienda de productos típicos. Mango. El Corte Inglés.
Aeropuerto Barajas, otra vez.
Otra vez, estar en Madrid sin estar en Madrid, porque ahora ya alquilamos un coche y nos vamos.
Nos dan un SEAT Ibiza negro.
Tardamos unas cuatro horas en llegar a León: cuatro horas de autovía en las que se alternan tramos con mucho tráfico, en las afueras de Madrid, y tramos casi desiertos; momentos de lluvia intensa, en la que aparecen señales luminosos que amenazan “¡Cuidado! ¡Tormenta fuerte y granizo!” y momentos en los que la luz del sol se desliza sobre los charcos e ilumina el horizonte dorado.
León, 20.30 – 23 horas
Nuestro hotel está en la Plaza Mayor, en el “Barrio húmedo”.
Así que al atardecer salimos a pie y nos dejamos llevar por el instinto y la curiosidad, girando sin rumbo por las calles del barrio. Se trata de una zona del casco antiguo de la ciudad, a la derecha de la Calle Ancha y de la Catedral, donde la mayoría de los locales son bares, tabernas o cosas por el estilo. Nos sorprende ver a tanta gente por las calles, un simple viernes de mayo: no son solo jóvenes, sino personas de todas las edades. Nos entremezclamos con la muchedumbre que tapea de un bar a otro, curioseando entre las bodegas y los locales castizos, sin guía y sin mapa, porque las ciudades se visitan por la mañana, pero se viven por la noche.
Pero ahora es tarde: ya la gente escasea y solo se oyen raros pasos en la calle, y algunas risas ahogadas. La Catedral, parcialmente cubierta por andamios, nos enseña su cara más solemne y promete revelarnos sus maravillas la mañana siguiente. Volvemos al hotel: la plaza ahora está casi desierta, pero mañana estará de lo más animado, gracias al mercado tradicional de productos de huerta vendidos directamente por los productores agrarios.
Subimos felices a la habitación: estamos en España. Otra vez.
CUENTAPASOS: el artilugio está sin batería. Disculpen las molestias…
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Opere dell’Autore:
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