Undecimo club de lectura en linea: Suzy Delgado


Club de lectura EN LINEA del Instituto Cervantes de Milán: 

Moderadora: VALERIA CORREA FIZ

Miércoles 10 de noviembre de 2021 a las 18h en Italia, 11h en Colombia


Suzy Delgado (Paraguay)

Leeremos el cuento «Día del regreso« del libro del mismo nombre


Video conferencia con plataforma zoom:

Club de lectura en linea del Instituto Cervantes de Milán:

SUZY DELGADO moderado por Valeria Correa Fiz


Teresita de Jesús Delgado Salinas (más conocida como Susy Delgado (San Lorenzo, Paraguay, 20 de diciembre de 1949) es una escritora, narradora, poeta bilingüe guaraní-castellano, periodista. En 2017 recibió el Premio Nacional de Literatura de su país.

Termina su enseñanza media en San Lorenzo. Es licenciada en Medios de Comunicación, en la Universidad Nacional de Asunción. Y posee un postgrado en Sociología en la Universidad Complutense de Madrid.

Cultiva el periodismo, siendo columnista del diario La Nación de Asunción. En 1984 obtiene la «Mención de Honor» en el Concurso de Poesía organizado por Amigos del Arte. En 1985 es seleccionada como finalista para el Primer Encuentro Hispanoamericano de Jóvenes Creadores, en Madrid. En el 2016 resultó finalista del Premio Municipal de Literatura.2​ En el año 2017 gana el Premio Nacional de Literatura por Yvytu yma.3​

Es miembro de la Academia de la Lengua Guaraní.



Miércoles, 11 de enero de 2012

SUSY DELGADO, consumada poeta que navega en dos lenguas

Decir de Susy Delgado, San Lorengo 20/12/1949, que es una consumada poeta bilingüe porque usa por igual el castellano y el guaraní, es decir poco. Califico con ese rótulo a varios de nuestros poetas jóvenes que integran esta galería de poetas contemporáneos y lo digo cuando producen poemas de igual nivel estético en ambas lenguas. Susy Delgado, además de eso, es capaz de recrear un poema en la otra lengua; es decir, tiene la capacidad de dar a un poema el mismo vuelo poético que tiene en el original al traducirlo a la segunda lengua, y esto sin considerar en cuál de las dos lenguas oficiales del Paraguay ha sido escrito originalmente el poema.  En suma, es una traductora insigne de la poesía, una virtud que no abunda en razón de que es absolutamente incomparable la traducción de un texto común con la traducción de la poesía.  En la primera se traducen ideas y hasta palabras; en la segunda se traducen imágenes, metáforas, comparaciones y muchísimas otras figuras literarias.
Susy tiene también el mérito de vivir de su trabajo literario, el cual abarca el periodismo cultural, la traducción y otros aspectos que en su conjunto le permiten ganarse la vida con el ejercicio de las letras.  En este punto se diferencia de la inmensa mayoría de los intelectuales que nos ganamos la vida con una actividad determinada, ejerciendo el arte literario en forma marginal.
Cuando fue cancelada la página literaria en el último periódico paraguayo que todavía la publicaba, Susy fue despedida y dejada sin trabajo; entonces gestionó el auspicio de algunas empresas y publicó su propia revista literaria bilingüe: Takuapu. Con dicho gesto ratificó su vocación y fidelidad a la literatura. Siempre será un mérito, aquí y en cualquier país, que el intelectual viva de su actividad propia.
Un tercer mérito que encuentro en Susy es que ella ha sido una de las primeras poetas paraguayas que decidió publicar todos sus poemarios en versión bilingüe. Cuando publicó sus primeros libros de esa forma, por ejemplo Tataypýpe – Junto al fuegoTesarái mboyve – Antes del olvido, etc., me pareció una práctica inapropiada y asumí una actitud muy crítica con respecto de la misma.  Eran los tiempos en que yo escribía mis cuentos en guaraní y prohibía expresamente en el prólogo del libro la traducción a cualquier otra lengua, argumentando que escribía sólo para el pueblo paraguayo y para ningún otro pueblo del mundo. Era mi propósito establecer con mi pueblo la más profunda comunicación; hacer que se vea reflejado en mis obras, y que tenga el orgullo de tener una literatura absolutamente propia.  En suma, quería que se me lea sólo en guaraní.  De esta postura radical descabalgué después de participar del Taller Continental de Escritores en Lenguas Indígenas de América, en México D.F. en el año 1997. En la ocasión defendí ante el foro mi posición y fui severamente cuestionado por los colegas mexicanos. En aquellos años ellos operaban de igual modo que Susy en el Paraguay, publicando poemarios bilingües: Zapoteco – Español, Naguatl – Español, etc.  Cuando vieron mi empecinamiento, uno de los colegas me preguntó: “¿Usted no ha leído a los clásicos franceses, ingleses, rusos, etc.?” Contesté que sí y agregué que leí a los clásicos rusos desde Tolstoi hasta Solzhenitsyn. El colega aseveró: “Ah… entonces usted lee el ruso”. Sorprendido le contesté que no y agregué que esas obras las he leído en castellano.  Sobre la marcha el colega me espetó: “Entonces usted leyó traducciones; tuvo acceso, aprovechó y disfrutó de esa literatura a través de su lengua y no de la original”, y agregó: “eso es y será siempre así porque las obras literarias no reconocen fronteras idiomáticas, así como las obras de arte en general no reconocen tiempos ni fronteras geográficas, políticas ni culturales; simplemente son patrimonio de toda la humanidad”.
Sintiéndome arrinconado por el peso de estos argumentos salí argumentando con la consabida teoría de que a pesar de ser así, mi lengua era intraducible; que existían expresiones imposibles de ser traducidas y que las traducciones traicionan al texto, según el viejo aforismo “tradutore traditore”. Sobre el punto salió otro colega a argumentar que: “si bien en algunos aspectos la obra poética pierde nivel al traducirse, el buen traductor puede recuperar esa pérdida en los versos siguientes, dando un mayor vuelo poético a la expresión originaria mediante los recursos de la lengua receptora”. Eso, me dijo, “depende de la capacidad del traductor” y agregó: “por eso es recomendable que lo traduzca el propio autor”.  Los colegas mexicanos publican obras siempre bilingües porque han tomado conciencia de que nuestros pueblos originarios son analfabetos en sus lenguas propias, como lo son también, en esas lenguas, los mestizos y criollos, de modo que la manifestación poética dada en estas lenguas solo pueden darse a conocer al mundo a través de las grandes lenguas de uso internacional.
De regreso de México con esta experiencia comencé a valorar de veras la postura asumida tempranamente y la obra realizada por Susy Delgado, la cual desde entonces y hasta hoy es la única poeta paraguaya que opera de ese modo, siendo por ello mismo la poeta guaraní más traducida al inglés, al francés y a otras lenguas de uso internacional.
Como poeta Susy Delgado es absolutamente adulta; su obra es homogénea, elevada, exquisita y delicada desde sus inicios hasta hoy; no presenta altibajos; asume el lenguaje poético sin apartarse de modo completo del lenguaje lógico. Ella tiene sus medidas y no le permite al lector situarse en uno ni otro plano en forma exclusiva sino en ambos a la vez. Sus poemas apelan a la sensibilidad humana y al deleite intelectual.  Escribió desde muy joven y son sus obras en forma cronológica: Tesarái mboyve ­– Antes del olvido (1987), El patio de los duendes(1991), Sobre el beso del viento (1996), La rebelión del papel (1998), Tataypýpe – Junto al fuego (1998), Ayvu membyre –Hijo de aquel verbo(2001), Antología primeriza (2001), La sangre florecida (2002), Las últimas hogueras(2003), Ñe’ saraki – Palabra traviesa (2003), Ñe’jovái – Palabra en dúo (2005), Jevy ko’ – Día del regreso (2007), Ogue jave takuapu – Cuando se apaga el Takuá (2010), Literatura oral y popular del Paraguay (investigación literaria en colaboración con Feliciano Acosta) y últimamente: Ñe’ rendy. Poesía guaraní contemporánea. Una antología poética que le sirve de precursor a este libro.
Susy Delgado es una esforzada y meritoria hija de Atenea. Una ESCRITORA con mayúsculas.

Tadeo Zarratea

Extraído de mi libro «La Poesía Guaraní del Siglo XX«


Día del regreso
   El hombre se encuentra de pronto solo y desamparado, en un camino largo, anochecido por completo. Siente sus piernas livianísimas, camina deslizándose, casi volando sobre la tierra, y  avanza, como una brisa, en ese camino negro. Aunque está oscuro y cada vez más oscuro, como si sus ojos se hubieran secado, el hombre no equivoca sus pisadas y camina suave su camino largo…  
    No se ve ni se escucha ánima de ninguna clase, y el hombre pareciera caminar como si hubiera quien le mostrara el trecho que le espera, o quien silbara indicándole hacia dónde dirigirse. Y así, sin respirar, sin levantar ni el recuerdo de alguna polvareda, camina lento y va entrando al lugar que desconoce por completo, pueblo extraño, o selva, o cueva, quién podrá saberlo, que nadie 
conoce.  
    Después de andar a lo largo de la noche, de avanzar un largo tranco en ese camino negro, muy despacito empieza a clarear en el sendero del hombre. Entonces ve dibujarse suavemente unos altos árboles, entre la negra neblina. La neblina se dispersa de a poco y entre sus hilachas, va reconociendo los árboles que se levantan hacia el cielo. Hileras de lapachos abriendo sus ramas altas, bailando livianitos en el viento, se extienden ante sus ojos, y al aclararse un poco más, se ven en sus follajes tres tonos de rosa. Y entre éstos van asomando muchos otros árboles, de flores blancas, amarillas, azules y muy rojas. El aroma de las flores va abrazando al hombre, lo baña y parece penetrar su piel.  
    Caminando un poco más, el hombre va descubriendo entre los lapachos, plantas de arazá, araticú, aguaí, ñandypá, ñangapiry, yvapurú, yvapovó, guavirá, guaviyú, mbocayá, yatayvá, ingá, pacurí, pindó, yacarati’á… Al amanecer del todo en su camino, el hombre reconoce las frutas de todas clases que cuelgan aquí y allá, y entre ellas, animales de la selva caminando, saltando, volando…, persiguiéndose, cruzándose, chocándose…, cantando todos juntos.  
    Hasta las montañas lejanas pareciera extenderse la obra de Dios. El hombre detiene un momento su andar, llena sus ojos y su pecho de imágenes tan bellas, y al rozar con sus manos un fruto de yvapurú, siente como un rayo cayendo sobre él.  
    Como si amaneciera recién ahora en su vida, el hombre se ve de nuevo solo, pero ahora desnudo, al costado de un río cenagoso, y clareando del todo también en su sien, descubre allí hasta donde alcanzan sus ojos, flotando en las aguas, a sus amigos que lo habían acompañado aquella vez en que dejó su tierra. Un día nada piadoso ha llegado para el hombre, un día que lastima su corazón.  
    Recuerda cuando salieron, él y sus compañeros, llevando pequeños bolsos en sus manos, dejando a sus hijas, sus hijos, sus madres, sus padres, sus casitas… Se enfila en su cabeza todo lo que pasaron juntos, buscando comida y algún dinerito, frío y nostalgia, cansancio y lágrima, esfuerzo acogotante, vida que perdió el rumbo… Amigos que habían sido echados de su tierra, echados de nuevo de todas partes, dando vueltas y vueltas, sin lugar, sin patria, y aquí, al fin de 
todo, tirados en el río putrefacto que se había encrespado de pronto, a orillas de la chacra muerta…  
    El hombre se encuentra solo y mira a su alrededor. Y si bien corre un ancho río a su costado, ve extenderse frente a él las huellas del antiguo bosque, la tapera calcinada, agrietada, los restos de algunos árboles soltando polvo. Un poco más allá ve asomar unas pequeñas casas, torcidas, despedazadas, sucediéndose hasta donde acaba el sendero, y al adentrarse un poco más en este pueblo miserable, ve a unos niñitos dispersos aquí y allá. Uno escarba en la ceniza donde se 
encendía el fuego de la cocina, otro araña la tierra como gallina que hurga buscando semillas. 
Más allá, una niña muerde el marlo pelado de un maíz, niños, niños y más niñitos revolviendo inútilmente el desierto, perdiendo en vano los ojos en las alturas lejanas… Criaturas sollozando, lloriqueando, llorando a gritos todos juntos.  
    Entrando y entrando más en ese pueblo pobre, el hombre solo encuentra niños. Entonces se acerca a una niña y le dice cómo estás. La niña se vuelve y mira al hombre, lo mira fijamente, no dice nada y abre la boca ligeramente, como si hubiera visto algo inesperado. Cómo está la situación, le dice de nuevo el hombre, y entonces, la mujercita le responde y vos qué tal, ya que volviste de pronto. Al escuchar eso, el hombre abre sus ojos y le pregunta es que me conocés, 
acaso. Lo mira bien otra vez la niña, sonríe y le dice te conozco muy bien… Ya veo que no traés nada que podamos comer, agrega todavía. El hombre se ve con las manos vacías, desnudo, maldita nada sin traer después de tanto dar vueltas por tierras extrañas. No traigo..., no tengo..., solo atina a decir el hombre, mira por todas partes como si buscara ayuda, y pregunta qué pueblo es éste. Kokue porã** se llamaba este lugar, le dice la pequeña niña y sonríe con tristeza mientras escupe a su costado. El hombre se asusta, mira hacia aquí, mira hacia allá, a todos lados, en vano, y después agacha la cabeza, se queda quieto, mudo.  
    La niña le dice al hombre eso nomás te asusta tanto, ya no conoces Kokue Porã, ya no nos conoces acaso… Señor, señor, le dice, despertate, sacudite, lo que pasó ya pasó…  
    Insiste y se esfuerza la pobre niña hablándole, preguntándole de todo. El hombre no le dice nada, como si se hubiera vuelto piedra, y entonces, la niña se vuelve, entra al río sucio y va sacando poco a poco, uno a uno, todos los cuerpos de los muertos. Cuando va extrayendo el tercero o el cuarto, el hombre empieza a moverse como criatura torpe, y va a ayudarla. La niña suda copiosamente al arrastrar tantos cuerpos y le indica al hombre por dónde tomar a los que van a sacar del río. Todavía le toma un poco del pelo y le dice te asustaste grande y me parece que te quedaste mudo. El hombre no vuelve a abrir la boca, cava la tierra con sus manos, con un palo viejo, y entierra a sus amigos a orillas del río podrido.  
    Cuando la tarde se agacha del todo, suenan de pronto truenos lejanos y el hombre entierra el último cuerpo, de una mujer robusta y mayor a la que le cuelgan andrajos de carne entre las piernas. Caen algunas gotas y el hombre se arrodilla, se inclina, echa algunas lágrimas en silencio, y muy despacio, va saliendo de sus ojos un agua que se desliza y se mezcla con el agua de la lluvia.   
    Desde su casita destartalada, bajo la paja agujereada, al terminar de reunir a sus hermanitas y hermanitos, la niña grita al hombre y le dice señor que quedó mudo, señor que perdió la 
memoria, señor al que se le pudrió la patria, vení pues aquí, vení pues a contarnos de dónde regresás, qué cosas viviste por ahí donde anduviste, vení pues a engañar nuestro estómago vacío con tu historia, a ver si dormimos un poco… Señor, vení pues, que ya llueve… 

* Del libro Día del regreso, Premio Cide Hamete Benengeli, Universidad Toulouse Le 
Mirail y Radio Francia Internacional, 2005; publicado por Editorial Arandurá, 2006. 
** Kokue porä: capuera linda 


Susy Delgado