
EL TESTAMENTO
Antes de que suspire mi último jadeo déjame exhalar,
gran Amor, algunos legados. Por la presente dejo en herencia
mis ojos a Argos, si mis ojos pueden ver;
si están ciegos, entonces, Amor, te los doy a ti.
Mi lengua a la fama; a los embajadores mis oídos;
a las mujeres, o al mar, mis lágrimas.
Tú, Amor, me has enseñado hasta ahora
—haciéndome servir a la que tenía veinte más—
que no debo dar a nadie, sino a quien tenía demasiado antes.