Poemas Escogidos: John Donne


EL TESTAMENTO
Antes de que suspire mi último jadeo déjame exhalar,
gran Amor, algunos legados. Por la presente dejo en herencia
mis ojos a Argos, si mis ojos pueden ver;
si están ciegos, entonces, Amor, te los doy a ti.
Mi lengua a la fama; a los embajadores mis oídos;
a las mujeres, o al mar, mis lágrimas.
Tú, Amor, me has enseñado hasta ahora
—haciéndome servir a la que tenía veinte más—
que no debo dar a nadie, sino a quien tenía demasiado antes.

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Poemas Escogidos: John Donne


EL TESTAMENTO
Antes de que suspire mi último jadeo déjame exhalar,
gran Amor, algunos legados. Por la presente dejo en herencia
mis ojos a Argos, si mis ojos pueden ver;
si están ciegos, entonces, Amor, te los doy a ti.
Mi lengua a la fama; a los embajadores mis oídos;
a las mujeres, o al mar, mis lágrimas.
Tú, Amor, me has enseñado hasta ahora
—haciéndome servir a la que tenía veinte más—
que no debo dar a nadie, sino a quien tenía demasiado antes.

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El nadador en el mar secreto de William Kotzwinkle

fotoKotzwinkle

No sé por dónde empezar a la hora de hablar de este libro. Me lo he leído dos veces. Me ha dejado sin palabras, estupefacta, anonadada. La primera vez que lo leí fue estando de vacaciones en España, una de esas mañanas que te despiertas temprano pero te apetece remolonear en la cama antes de desayunar. No podía dejar de leerlo. Y según avanzaba, más me apasionaba. Lo acabé de un tirón. La segunda vez, después de tres semanas, ya en Italia, antes de escribir esta reseña y también lo leí sin respiro. Creo que nunca había leído un libro tan duro y tan apasionado a la vez, un libro que habla de la vida con una fuerza extrema y justo después de la muerte con tanto respeto y delicadeza. Nada de sentimentalismos, nada de falsos mitos sobre el nacimiento y la muerte. Nada de nada. Solo la cruda realidad de la vida misma. Todo ello en tan solo noventa páginas.

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