
CHARCUTERÍA
Lo primero era tener al marrano bien cebao, engordarlo hasta que pesase al menos doce arrobas. Por eso, al menor descuido de mi tío, su mujer le retiraba el plato para echar al cerdo los sobrantes. “Ya comerás”, le gritaba, dejándole con la cuchara a medio camino de la boca. El puerco estaba feliz, aunque mi tío no tanto.
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