El microrrelato de los viernes: Un relato breve entre las anotaciones de “Lecturas pendientes”

©Rafa Rivas

Al Grand Hotel de Zarauz íbamos con mi abuela paterna y mi tía soltera. En la pista de tenis aún había chicos que jugaban con pantalón largo, un pantalón holgado, con una deportiva línea amarilla trazada en vertical. Los clientes del hotel eran siempre los mismos, ocupaban todos los años las mismas habitaciones, como en un rito estival: el catedrático emérito de historia que aspiraba rapé; un notario madrileño apellidado Del Río; la viuda portuguesa de un banquero que vivía en París; y una tumultuosa familia de gitanos (lamento arruinar el argumento de que, además de ricos, también éramos racistas) que se apellidaban Vida, con más de quince miembros y tres generaciones.

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El microrrelato de los viernes: Un relato breve entre las anotaciones de “Lecturas pendientes”

Al Grand Hotel de Zarauz íbamos con mi abuela paterna y mi tía soltera. En la pista de tenis aún había chicos que jugaban con pantalón largo, un pantalón holgado, con una deportiva línea amarilla trazada en vertical. Los clientes del hotel eran siempre los mismos, ocupaban todos los años las mismas habitaciones, como en un rito estival: el catedrático emérito de historia que aspiraba rapé; un notario madrileño apellidado Del Río; la viuda portuguesa de un banquero que vivía en París; y una tumultuosa familia de gitanos (lamento arruinar el argumento de que, además de ricos, también éramos racistas) que se apellidaban Vida, con más de quince miembros y tres generaciones.

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