Día de Muertos. La celebración mexicana.

Por Ilona Cieniuch

”Calaveras de azúcar o de papel de China, esqueletos coloridos de fuegos de artificio, nuestras representaciones populares son siempre burla de la vida, afirmación de la nadería e insignificancia de la humana existencia. Adornamos nuestras casas con cráneos, comemos el día de los Difuntos panes que fingen huesos y nos divierten canciones y chascarrillos en los que ríe la muerte pelona […].” (El Laberinto de la soledad de Octavio Paz)

Me parece que fue ayer cuando mi profesora de literatura hispanoamericana  comenzaba las clases dedicadas a la poesía y narrativa  mexicana diciendo »México es mágico». La magia de este país pudimos apreciarla en los poemas de Sor Juana Inés de la Cruz, Octavio Paz, en la narrativa de Juan Rulfo y Carlos Fuentes. Estas clases despertaron mi interés por el pueblo mexicano, su historia, su cultura, arte, arquitectura y sus costumbres.

Con la llegada del otoño y, concretamente del mes de noviembre, me gustaría hablaros de una de las fiestas más mágicas y sugestivas de este maravilloso país: el Día de Muertos.

La antigüedad siempre rindió un culto especial a sus difuntos. En el mundo prehispánico, el de los aztecas en particular, la muerte era una deidad: Mictlantecuhtli, señor del Mictlán. Para los guerreros mexicas, morir en batalla representaba una distinción, y ser sacrificado en honor a los dioses era motivo de un gran orgullo. Sabían que alimentando al sol, contribuirían a resguardar el equilibrio universal.

Cuando llegaron los españoles al Nuevo Mundo, los aztecas vieron en ellos el regreso prometido de Quetzalcóatl. Esta interpretación de la profecía facilitó en gran medida la conquista de Tenochtitlán.

Paulatinamente, la  celebración de la muerte azteca se mezcló con la cristiana, se hizo mestiza, y con el pasar de los siglos, se consolidó cada vez más la »mexicana». Los pueblos indígenas festejaban esos días a finales de octubre, cuando terminaba la temporada de lluvia, coincidiendo con la cosecha de maíz, alimento básico de la población. Se creía que en estas fechas las almas de los muertos volvían de las tinieblas para visitar a sus familiares. Por lo tanto,  en cada casa se preparaban las ofrendas para los muertos y se compartía con ellos los alimentos.

Hoy en día, el Día de Muertos es considerado la tradición más representativa de la cultura mexicana y sorprende al extranjero que se asoma por la primera vez. Lo que impresiona a los europeos es la curiosa relación que tienen los mexicanos con la muerte, tan diferente de nuestra tradición y  mentalidad. Como decía Octavio Paz en el Laberinto de la soledad  »la muerte  es la palabra que (…) el mexicano la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente». Sostenía también que »[e]l mexicano, obstinadamente cerrado ante el mundo y sus semejantes (..) la muerte [l]a adula, la festeja, la cultiva, se abraza a ella, definitivamente y para siempre, pero no se entrega”. Los europeos, sin embargo, tenemos miedo a la muerte, no pronunciamos su nombre, es un tema tabú, su nombre quema nuestros labios.

»La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida. El mexicano no solamente postula la intrascendencia del morir, sino la del vivir. Nuestras canciones, refranes, fiestas y reflexiones populares manifiestan de una manera inequívoca que la muerte no nos asusta porque ‘la vida nos ha curado de espanto’. Morir es natural y hasta deseable».

El novelista dice también que “[l]a muerte nos seduce. La fascinación que ejerce sobre nosotros quizá brote de nuestro hermetismo y de la furia con que lo rompemos”.

Podría citar muchos fragmentos del Laberinto de la soledad, que en modo extraordinario refleja la identidad de los mexicanos, sus creencias y sus costumbres. No obstante, el motivo de este artículo es presentaros un retrato de esta celebración tan arraigada en la cultura mexicana, así que me concentro en ello.

La celebración dura dos días.  El 1 de noviembre se dedica al alma de los niños y el 2 de noviembre a la de los adultos. Cada hogar, cada pueblo, cada región se prepara de forma particular para celebrar estas fechas. Según la tradición, en estos dos días las ánimas de los muertos visitan las casas de sus parientes. Las familias preparan un altar para recibirlas como se merecen. El dolor, la tristeza y el llanto por los ausentes se olvidan para dar paso al colorido, la fiesta, la alegría y la diversión.

altardemuertos[1]Destacan especialmente los grandes altares que se construyen dentro de las casas, en las cuales no puede faltar la foto del difunto, ofrendas, comida típica: moles, tamales, dulces, pan de muerto, calaveritas de azúcar, chocolate caliente, bebidas embriagantes, pulque, mezcal, o aguardiente de caña, tequila o platillos que eran del gusto del familiar recordado. Se colocan también velas, inciensos, un crucifijo y la virgen de Guadalupe.

Una parte importante de esta tradición también implica visitar los cementerios. Los familiares acuden allí tanto de día como de noche para colocar velas sobre las tumbas, como una forma de iluminar el camino de las almas en su regreso a casa. Se reza, se come, se charla. Algunas familias contratan grupos musicales que interpretan las canciones preferidas de los difuntos al pie de su sepulcro. »Durante estos días el silencioso mexicano silba, grita, canta, arroja petardos, descarga la pistola en el aire. Descarga su alma».

El color que predomina en estos días es el amarillo de los pétalos de la flor de cempasúchitl  que se usa para decorar las tumbas y para indicar el camino a las ánimas a sus hogares.

Los que han participado en esta fiesta imediatamente se dan cuenta que en México se percibe la muerte de una manera muy peculiar. Los mexicanos utilizan la sátira para burlarse de ella. En las calles se puede notar la popular figura de “Catrina”: una calavera vestida con diferentes tipos de ropa como muestra de la presencia de la muerte en todo lo cotidiano. En muchos periódicos se publican «calaveritas», que son sencillos poemas de burla, como epigramas, en los que se habla de la muerte de personajes públicos, de políticos, artistas y famosos. Como un ejemplo os cito algunos:

alaveritaAl escritor Octavio Paz

Hoy recita en el panteón
tras debatir con la parca.
No fue facil pa´la calaca
pues era Nobel su corazón

Al escritor García Márquez

Quiso esconderse en Macondo,
La muerte fue tras él.
Ella se puso sus moños
y lo tiró a un hoyo hondo
¿De qué se murió Gabriel ?
De amor y otros demonios

En suma, el Día de Muertos celebrado en México es una fiesta única durante la cual, cada año, los difuntos reviven en la memoria de sus familiares a través del color, la música, los olores y sabores.

Merece la pena recordar que en 2003, la UNESCO declaró Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad la celebración del Día de  Muertos, por considerar que la festividad es una de las representaciones más relevantes del patrimonio vivo de México y del mundo, y como una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los grupos indígenas del país.

Debajo podéis apreciar un vídeo y unas fotos estupendas de Diego Huerta, un joven fotógrafo de Monterrey, quien muy amablemente nos ha proporcionado unas muestras del Día de Muertos.

Creo oportuno terminar con una última cita de Octavio Paz »Dime cómo mueres y te diré quién eres».

Ilona Cieniuch